El Libro Iluminado

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El Libro Iluminado


Libro de Horas
Jean Pucelle (artista), Libro de Horas de la Reina de Francia Jeanne d'Evreux, ca. 1324 - 1328
Grisalla, témpera y tinta sobre pergamino, The Met Museum en The Cloisters, New York

Fotografía: The Met Museum - Dominio Público

Ilustración de un libro miniado representando el scriptorium de un monasterio.
Fotografía: Internet
E

n los talleres de los monasterios medievales, los monjes se ocupaban de casi toda tarea artística e industrial practicada en la época; además de la arquitectura, escultura y pintura, trabajaban como orfebres y esmaltadores, tejían sedas y tapices, fundían campanas, encuadernaban libros, fabricaban vidrio y cerámicas. Algunos monasterios llegaron a ser verdaderos centros industriales recibiendo encargos de sus productos de otras iglesias y de las cortes señoriales de toda Europa. También constituían las únicas “escuelas de artes y oficios” existentes, donde aprendían el oficio artistas y operarios libres, gente errante que luego hallaba ocupación en otros monasterios, sedes episcopales o cortes feudales. Pero el arte por excelencia de estos centros era la copia de manuscritos. En cada monasterio de cierta importancia, había una biblioteca con sala de copia, llamada scriptorium, donde se copiaban los libros y luego se intercambiaban con otros monasterios, se vendían o se realizaban por encargo de algún noble o rey, quien pagaba un buen precio por él. Los libros copiados eran fundamentalmente libros religiosos: Biblias, Evangeliarios, Libros de Oraciones o vidas de santos. Pero también, donde se encontraba alguna obra de la antigüedad, era copiada y preservada. Así es como llegó hasta nosotros la mayor parte de la rica tradición filosófica, científica y literaria greco-romana.

Rufilus
El hermano Rufilus de Weissenau traza la letra R
Letra Capital en un manuscrito iluminado, ca. 1170

Fotografía: Fundación Martin Bodmer, Ginebra, Suiza (CC By)

Estas copias estaban ilustradas y decoradas con imágenes, guardas, miniaturas e iniciales de artístico diseño; tarea denominada iluminado o miniado. En algunos monasterios, junto a los monjes trabajaban copistas laicos a sueldo;[1] las diversas tareas estaban especializadas; así, encontramos a los pintores de esas ilustraciones (miniatores), los calígrafos (antiquarii), los ayudantes (scriptores) y los pintores de iniciales (letras capitales) (rubricatores), como el hermano Rufillus de la ilustración que acompaña este párrafo, quien, orgulloso de su labor, se autorretrató dentro de su propio trabajo y dejó su nombre incluido en él a modo de rúbrica. (Aunque también cabe advertir la extraña inclusión de una rara escena con un desnudo femenino junto a la serpiente que forma la parte final de la letra, cuya cola termina en una cabeza barbada. Se conocen varios ejemplos de estas carácterísticas, que suelen interpretarse como valvulas de escape de la fuerte represión de las pulsiones sexuales que el ambiente eclesiástico imponía).

El arte de la miniatura o iluminado nos exige que contemplemos cada imagen con mucha atención, estan llenas de asombrosos detalles. Son un verdadero reservorio de curiosidades, de criaturas asombrosas y preciosistas ornamentos y es de admirar la maestría técnica de sus autores, su prodigiosa imaginación y su capacidad para crear belleza, fueran conscientes de ello o no.

Los libros religiosos eran considerados sagrados por contener la palabra de Dios; así, a la preciosista ilustración del texto, se la solía complementar con una aun más rica encuadernación, cuyas tapas constituian un rico trabajo de orfebrería pleno de metales y piedras preciosas. Estos libros eran generalmente encargados para ser obsequiados, y eran guardados en el tesoro real o familiar. También eran un botín codiciado por los invasores vikingos que asolaron Europa durante el s.VII; los monjes, para protegerlos del vandalismo, solían desencuadernarlos, dejando las tapas —que era lo que realmente interesaba a los saqueadores— y escondiendo los folios o huyendo con ellos. Por esa razón, los folios de un mismo libro pueden haber sido encontrados dispersos por varios sitios, haber pasado de manos entre coleccionistas y, actualmente, encontrarse en diferentes museos y bibliotecas del mundo.

La labor del copista era muy cansadora, debían pasar largas horas sentado, forzando la vista con una iluminación deficiente. Uno de ellos se encargó de recordarselo al lector en una nota al final de su obra:

«La labor del escriba aprovecha el lector; aquél cansa su cuerpo y éste nutre su mente. Tú, seas quien seas, que te aprovechas de este libro, no te olvides de los escribas, para que el Señor se olvide de tus pecados. Porque quien no sabe escribir no valora este trabajo. Por si quieres saberlo, te lo voy a decir puntualmente: el trabajo de la escritura hace perder la vista, dobla la espalda, rompe las costillas y molesta al vientre, da dolor de riñones y causa fastidio a todo el cuerpo. Por eso tú, lector, vuelve las hojas con cuidado y aleja tus dedos de las letras, porque igual que el pedrisco destroza una cosecha, así el lector inútil borra el texto y destruye el libro.»

No debe pensarse que este monje exageraba; la copia de uno de estos códices podía llevar cuatro o más meses, según su extensión, de largas jornadas de trabajo diario de dos o más copistas. Luego que éstos concluían su labor, los folios, sin encuadernar aun, pasaban a manos de los iluminadores que realizaban las iniciales y las ilustraciones en los espacios dejados al efecto por los calígrafos. Asi, la realización completa de una de estas copias podía llevar más de un año de paciente labor por parte de los varios especialistas que intervenían.

Letras capitales de párrafo y pequñas decoraciones insertadas entre el texto en un folio iluminado medieval
Fotografía: Internet - Dominio Público
Comentarios sobre las Epístolas del Apóstol San Pablo,
ca. 1200, Iluminación sobre pergamino
Bibliothèque Nationale de France, París

Fotografía: Internet - Dominio Público
Ejemplo de letra capital habitada (como la del Hermano Rufillus), en este caso una P inicial de capítulo, con una figura humana entrelazada con el diseño decorativo formando la letra. La figura no necesariamente habría de tener relación con el texto y podía ser humana o fantástica.
La vida de San Dioniso, ca. 1250
Iluminación sobre pergamino
Bibliothèque Nationale de France, París

Fotografía: Internet - Dominio Público
Ilustración abarcando prácticamente toda la página, con episodios de la vida de San Dioniso, casi como cuadros de una historieta.

Papiro y Pergamino

Romance
Fragmento de un rollo de papiro griego del s.II
Fotografía: Biblioteca Nacional de Francia - Dominio Público (vía Wikimedia Commons)

En la antigüedad los manuscritos se realizaban sobre una tira continua de papiro o de cuero que luego era enrrollada sobre una varilla de madera, por lo que se los denomina “rollos”. En china se usó la seda y el bambú para el mismo propósito. La incomodidad para la lectura o la búsqueda de un capítulo determinado es obvia, la medida más común de la tira era de 10 metros pero el más largo conocido es el rollo Papyrus Harns (en el Museo Británico) de 40,52 metros. A esto había que sumarle el problema del alto costo que este material tenía en Europa dada su única procedencia: Egipto, pues se realizaba con un junco que sólo crecía a orillas del Nilo. Además el papiro por su fragilidad, es apropiado en climas secos como el egipcio, pero presenta dificultades para su conservación en ambientes húmedos en los que se degrada totalmente en unos cien años o poco más.

Si bien el uso del cuero como soporte para la escritura ya era conocido en Oriente desde la antigüedad con un tratamiento bastante rústico, hacia el siglo III con el desarrollo del“pergamino” llegó la solución para estos problemas. Su presentación en hojas, llamadas "folios", condujo a la creación del libro tal cual hoy lo conocemos, aunque por un tiempo se siguieron haciendo rollos uniendo varias hojas en tiras. El folio es mucho más práctico en el uso; por otra parte al proceder de la piel del pecho de ovejas o cabras, su producción se esparció por toda Europa; finalmente, su resistencia y conservación a lo largo del tiempo, es muy superior a la del papiro. Aunque menor, su costo tampoco era barato y variaba según la edad del animal, cuanto más joven fuera, mejor resultaba la calidad del folio pero también era más caro, dado que salían menos folios por animal. De un animal adulto se obtenían cuatro folios, de un cordero dos, o solamente uno de los animales más pequeños. La mejor calidad, y obviamente de más alto costo, era la de animales “nonatos”.

Armburgh Roll
Manuscrito Manceter o Armburgh Roll, ca. 1430/1450
Rollo de 6 m de hojas de pergamino cosidas con documentos
de la familia Armburgh de Manceter

Fotografía: Chetham's Library

El nombre pergamino proviene de la ciudad de Pérgamo (actual Bérgamo, Turquía) donde se desarralló la técnica de fabricación que producía unas hojas finas, lisas y pulidas, ideales para la escritura y la ilustración de textos. Se atribuye a la biblioteca del rey de Pérgamo el haber difundido el uso del pergamino que hacia el siglo IV ya había sustituido por completo al papiro.

La iluminación de libros comprendía varios tipos de ilustraciones. Desde pequeños dibujos entremezclados con el texto a imágenes que abarcaban el folio completo o una doble página, las hubo de todos los tamaños. Otro tipo eran las letras capitales, las iniciales de la palabra con que iniciaba un párrafo o capítulo. Estas también podían ser de muy diverso tamaño hasta ocupar todo el folio como en los íncipit que incluían las primeras palabras de un texto.

Además de los Evangelarios, uno de los libros muy frecuentemente copiados en los monasterios, eran los Beatos, copias del comentario que escribiera en el siglo VIII el Beato de Liébana, abad del monasterio de San Toribio en Liébana (Cantabria española), sobre el “Apocalipsis” de San Juan, y que tuviera una gran aceptación durante toda la Edad Media, de modo que casi todo monasterio deseaba contar con una copia del mismo. Es así que son varios los ejemplares de este libro que han llegado hasta nosotros, cada uno de ellos bellamente iluminado.

Beato
“Beato” de Santo Domingo de Silos
Manuscrito iluminado del siglo XI - XII
The British Library, Londres

Fotografía: Internet

La ilustración muestra el volumen del “Beato” copiado e iluminado entre 1091 y 1109 en la abadía benedictina de Santo Domingo de Silos (Burgos, España), que pertenece a la British Library de Londres.

San Millan
Ilustración del Beato de San Millán
Monasterio de San Millán de la Cogolla, España

Fotografía: Cenobio CC BY-SA 4.0 (vía Wikimedia Commons)

En los últimos siglos de la Edad Media se popularizaron los “Libros de Horas”, conteniendo las oraciones correspondientes a cada hora del día y cada época del año, según la liturgia cristiana. Era costumbre en la nobleza, que los caballeros regalaran estos libros, preciosamente ilustrados, a sus damas. La primer página bajo este párrafo pertenece al Libro de Horas de la reina de Castilla Juana I, llamada "Juana la loca", cuyas ilustraciones muestran el estilo colorido y más naturalista de los últimos siglos medievales. Su autor, Gerard Horenbout, fue un renombrado miniaturista flamenco de estilo muy realista y que dotaba de gran expresividad a los rostros. La última de las tres ilustraciones corresponde a la carátula del mes de Mayo del libro de horas considerado el manuscrito iluminado más importante del s.XV: “Las muy ricas horas del Duque de Berry”. Profusamente iluminado, fue comenzado en el taller de los hermanos Herman, Paul y Johan Limbourg, artistas bajo la protección de Juan, Duque de Berry y tercer hijo del rey Juan II de Francia. Hacia 1416, fallecen los Hnos. Limbourg y también su patrocinador el Duque de Berry, posiblemente víctimas de una epidemia de peste, quedando el manuscrito incompleto. Se atribuye al artista Barthélemy Van Eyck haberlo completado, al menos en parte, hacia los años 1444/46, aunque esta atribución es discutida por varios historiadores de arte. El manuscritro habría sido completado, con posterioridad a 1485, por el artista Jean Colombe. De todos modos, no parece haber dudas respecto de cuales fueron los folios realizados por los Hnos. Limbourg, entre ellos el aquí reproducido que servía de portada para las oraciones correspondientes al mes de Mayo.

Libro de Horas de Juana I de Castilla, Folio 10 anverso
s.XIII/XIV, G. Horenbout, The British Library, Londres

Fotografía: Internet, Dominio Público
Libro de Horas de Leonor de la Vega
Coronación de la Virgen, s.XV, Atribuido a Willem Vrelant
Biblioteca Nacional de España

Fotografía: Dominio Público (vía Wikimedia Commons)
Las muy ricas horas del Duque de Berry, mes de Mayo, Hnos. Limbourg, ca. 1410, Museo Condé, Chantilly, Francia
Las muy ricas horas del Duque de Berry, mes de Mayo
Hnos. Limbourg, ca. 1410, Museo Condé, Chantilly, Francia

Fotografía: Google Art Proyect

Cristo lavando los pies a los Apóstoles, ca. 1000
Del “Libro de los evangelios”, de Otto III
Biblioteca Nacional Bávara, Munich

Fotografía: Internet - Dominio Público

La ilustración que acompaña este párrafo representa el relato del evangelio de Juan (13, 8-9), cuando Cristo lavó los pies a sus discípulos, luego de la Última Cena. Obsérvese los rostros, prácticamente identicos salvo en pequeños detalles; todas las miradas convergen hacia el centro de la escena, a la figura de Jesús, resaltando así la importancia del suceso que se ilustra. Al artista no le preocupó representar la individualidad de cada apóstol ni representar el lugar donde el hecho bíblico ocurre; por el contrario lo que podría ser el fondo de la escena, fue desplazado hacia la parte superior para evitar de pudiera distraer la atención del significado del acontecimiento, dándole un fondo dorado plano que destaca los gestos de los protagonistas: la actitud implorante de San Pedro, el sereno ademán de Cristo impartiendo su enseñanza; el tamaño de las manos, algo exagerado, persigue el mismo fin, resaltar aun más los gestos. El interés del miniator se concentraba en expresar el mensaje de la humildad divina y esto fue lo que transmitió.



El «Libro de Kells»


El Libro de Kells, también llamado Evangelio de San Columba, (Saint Colom Cille, en irlandés antiguo) es un manuscrito realizado por monjes celtas, alrededor del año 800 d.C. La fecha y el lugar de origen del Libro de Kells han suscitado una gran controversia académica. La opinión mayoritaria hoy tiende a atribuirlo al scriptorium de Iona (Argyllshire), pero hay afirmaciones contradictorias que lo han ubicado en Northumbria o en Pictland en el este de Escocia. Un monasterio fundado alrededor de 561 por San Columba en Iona, una isla de Mull en el oeste de Escocia, se convirtió en la casa principal de una gran confederación monástica. En 806, tras una incursión vikinga en la isla que dejó 68 muertos de la comunidad, los monjes columbianos se refugiaron en un nuevo monasterio fortificado en Kells, condado de Meath, y durante muchos años los dos monasterios se gobernaron como una sola comunidad. Debe haber sido cerca del año 800 que se escribió el Libro de Kells, aunque no hay forma de saber si el libro se produjo en su totalidad en Iona o en Kells, o parcialmente en cada lugar. De todos los códices que se han conservado del período medieval es uno de los más bellos debido a que está profusamente ilustrado con una exquisita técnica. Tiene los cuatro Evangelios de la Biblia en el latín basado en el texto de la Vulgata que San Jerónimo completó en 384, entremezclado con lecturas de una traducción latina más temprana, con comentarios preliminares y aclaraciones y numerosas ilustraciones a todo color. Los textos de cada Evangelio son introducidos por otros textos, incluso tablas de canon, que refieren las concordancias de relatos evangélicos comunes a dos o más de los evangelistas; resúmenes de las narrativas de evangelio (Breves causae); y prefacios que caracterizan a los evangelistas (Argumenta). El nombre de “Libro de Kells” proviene de la Abadía de Kells, Irlanda, donde se lo conservó durante la mayor parte de la Edad Media. Desde 1661 pertenece a la biblioteca del Trinity College en Dublin, Irlanda, y es exhibido al público desde el siglo XIX.

El Libro de Kells, ca. 800 d.C., Trinity College, Dublin, Irlanda
Fotografía: Internet - Dominio Público

El que halla llegado hasta nosotros en un buen estado de conservación es de por sí un hecho notable. Si bien está realizado en pergamino, que ofrece mayor resistencia al paso del tiempo que el papiro (ver recuadro), éste tampoco es un material eterno y debe recordarse que estos códices medievales han debido pasar por numerosos ataques y saqueos vikingos a los monasterios donde eran creados y conservados. Además de los ataques a Iona ya referidos, la misma Abadía de Kells fue asaltada no menos de siete veces antes del año 1006. En ese año consta que fue robado y se lo halló enterrado tres meses después, sin la preciosa cubierta de orfebrería con aplicaciones de oro y piedras preciosas. Se supone que ha sido al arrancar la cubierta que se perdieron algunos folios del comienzo y el final del libro. Por lo que este manuscrito tiene toda una historia de calamidades.

Luego de sucesivas reconstrucciones en los siglos XVIII, XIX y XX, actualmente el libro está compuesto por 340 folios de pergamino, de 330 x 250 mm. Se supone que se han perdido cerca de 30 folios y en una reencuadernación del siglo XVIII, sus páginas sufrieron un importante recorte en su tamaño que, incluso mutiló algunos trazados en los bordes de las ilustraciones. Aparentemente el libro quedó sin terminar; está incompleto el texto del Evangelio de San Juan y algunas de las ilustraciones están dibujadas en línea, sin haber sido coloreadas. Los textos están escritos en una versión experta de la escritura conocida como mayúscula insular, o semiuncial insular, uno de los estilos caligráficos englobados en la llamada escritura insular, originaria de Irlanda. La mayúscula insular era la caligrafía reservada para los escritos religiosos y otros documentos de gran importancia, mientras que otras versiones de esta escritura agrupadas en el llamado set minúsculo se utilizaban para todo otro tipo de documentos no bíblicos y de menor importancia, como cartas, notas, asientos contables. etc.

Libro de Kells, folio 1v, Tabla canónica de Eusebio de Cesarea
Libro de Kells, folio 1v
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin
Libro de Kells, folio 2r, Tabla canónica de Eusebio de Cesarea
Libro de Kells, folio 2r
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin
Libro de Kells, folio 4r, Tabla canónica de Eusebio de Cesarea
Libro de Kells, folio 4r
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin
Estas tablas constituyen una referencia cruzada de los cuatro Evangelios, indicando en qué capítulo de cada Evangelio se halla un mismo episodio de la vida de Cristo. Fueron desarrolladas por Eusebio de Cesarea para resaltar ante el lector, la unidad del texto bíblico y era tradicional incluirlas en los Evangeliarios medievales entre los textos preliminares.

La celebridad del manuscrito se deriva en gran medida del impacto de su lujosa decoración, cuya extensión y maestría es incomparable. La decoración abstracta y las imágenes de ornamentos vegetales, animales y humanos acompañan las páginas del texto con el objetivo de glorificar la vida y el mensaje de Jesús, y mantener sus atributos y símbolos constantemente en la mirada del lector. Las imágenes a página completa corresponden a los comienzos de los evangelios y los textos que acompañan a cada uno: las Breves causae (resúmenes de traducciones anteriores a la Vulgata) y los Argumenta (leyendas sobre los evangelistas). Las decoraciones más notables de este manuscrito son los retratos de los evangelistas Mateo (folio 28v) y Juan (folio 291v) —se consideran perdidos los de Marcos y Lucas—, el retratos de la Virgen y el Niño (folio 7v), considerado la más antigua representación de María y su Hijo entre todos los manuscritos de Occidente. Un retrato de Jesucristo entronizado (folio 32v) con los cuatro evangelistas a los lados; dos ilustraciones con los símbolos de los cuatro evangelistas (los tetramorfos) y los íncipit (comienzo) del texto de cada evangelio, entre los que destaca el nomograma de Cristo, también denominado nomograma de la Encarnación o (folio 34r), formado por las dos primeras letras del nombre Cristo en griego: χ (chi) y ρ (rho), de muy elaborada y compleja factura. Aunque debe aclararse que en este caso, no es el inicio propiamente dicho del Evangelio según Mateo, que comienza con la genealogía de Jesús, sino el que se considera como un segundo comienzo, en el versículo 1:18, en el que inicia el relato de la vida de Cristo y su primera palabra es justamente Cristo, que los escritos medievales generalmente abreviaban con las letras griegas chi y rho.

Libro de Kells, “La Virgen y el Niño”, folio 7v.
Libro de Kells, “La Virgen y el Niño”, folio 7v
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin
Libro de Kells, “Retrato de Jesucristo”, folio 32v.
Libro de Kells, “Retrato de Jesucristo”, folio 32v.
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin
Libro de Kells, Evangelio de San Mateo, Retrato del Evangelista, folio 28v
Libro de Kells, Evangelio de San Mateo, Retrato del Evangelista, folio 28v
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin

Libro de Kells, folio 34r, Detalle
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin

La iluminación de este manuscrito es de una extraordinaria calidad y amplio colorido con el malva, verde, rojo, rosa, azul y amarillo entre los más usados, en cambio, a diferencia de otros evageliarios, no se han utilizado oro ni plata. La complejidad de sus diseños es pasmosa. En una pequeña parte de una ilustración, de unos pocos centímetros cuadrados, es posible contar más de 150 complejos estrelazados de bandas blancas con bordes negros. Algunas partes sólo pueden ser completamente apreciadas con la ayuda de una potente lupa; debe tenerse en cuenta que lentes de este poder no estuvieron disponibles hasta cientos de años más tarde, por lo que los iluminadores no pudieron valerse de tal ayuda en su trabajo. El complicado anudado y entrelazado encontrado en este manuscrito y otros similares, tiene un estrecho paralelo con el trabajo de orfebrería, en el que eran sumamente diestros los pueblos del norte de Europa, y con el que realizaban broches y adornos para sus vestidos, escudos y empuñaduras de todo tipo de armas y otros accesorios. En contraste, lo sintéticas y elementales que nos parecen las representaciones humanas, demuestra la ausencia de una tradición de representación antropomorfa, propia de pueblos que habían sido nómades o seminómades en el pasado y, además, sin contactos importantes con la cultura greco-latina que pudiera influirlos, por lo que no pudieron tener un desarrollado importante de las artes de representación plástica (pintura y escultura).

Libro de Kells, “Los Tetramorfos”, folio 27v.
Libro de Kells, “Los Tetramorfos”, folio 27v
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin
Libro de Kells, “Nomograma de Cristo o de la Encarnación”, folio 34r.
Libro de Kells, “Nomograma de Cristo o de la Encarnación”, folio 34r.
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin
Libro de Kells, “Prendimiento de Cristo”, folio 114r.
Libro de Kells, “Prendimiento de Cristo”, folio 114r
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College, Doblin

La decoración a toda página de las primeras palabras de cada evangelio es tan elaborada y compleja que el texto propiamente dicho se torna casi ilegible. Valga como ejemplo el inicio del Evangelio de Juan, aquí reproducido, cuyas primeras palabras son: «In principio erat verbum» (En el principio era el Verbo). En la decoración aparece fraccionada en partes: Inp / rinci / pio erat uer / bum [et] uer[b]um. La “I” inicial y la “P” dibujadas a gran tamaño, rellenas de guardas geométricas y complicados nudos, la “n” es un complejo dibujo entre la I y la P, irreconocible como letra. El resto, dividido en 3 lineas bajo la P, apenas logran distinguirse entre el relleno de arabescos y formas, algunas zoomorfas, todo enmarcado por una guarda de las mismas características, de la que la I inicial forma parte, sólo interrumpido en el borde superior por el retrato de Juan, y un personaje antropomorfo en la esquina derecha. Otro personaje similar sentado abrazando la “c” en rinci forma con su cabeza y torso la “i” final de la línea. Los íncipit de los Evangelios según Marcos y según Mateo, tienen las mismas características, el del Evangelio según Lucas se ha perdido al igual que su retrato.

Libro de Kells, Retrato de Juan, folio 291v
Libro de Kells, Retrato de Juan, folio 291v
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College
Libro de Kells, Íncipit de Juan, folio 292r
Libro de Kells, Íncipit de Juan, folio 292r
Fotografía: Digital Collections, The Library of Trinity College

Un escritor del siglo XII, Giraldus Cambrensis (Gerardo de Gales), clérigo e historiador galés, describe un gran evangeliario que tuvo oportunidad de ver y lo dejó asombrado, (y todo hace suponer que se trata del Libro de Kells), con estas palabras:

«Este libro contiene la armonía de los cuatro evangelistas buscada por Jerónimo, con diferentes ilustraciones casi en cada página que se distinguen por variados colores. Aquí podéis ver el rostro de majestad, divinamente dibujado, aquí los símbolos místicos de los evangelistas, cada uno con sus alas, a veces seis, a veces cuatro, a veces dos; aquí el águila, allí el toro, allá el hombre y acullá el león, y otras formas casi infinitas. Observadlas superficialmente con una mirada ordinaria, y pensaréis que no son más que esbozos, y no un trabajo cuidadoso. La más refinada habilidad está toda ella alrededor vuestro, pero podríais no percibirla. Mirad con más atención y penetraréis en el corazón mismo del arte. Discerniréis complejidades tan delicadas y sutiles, tan llenas de nudos y de vínculos, con colores tan frescos y vivaces, que podríais deducir que todo esto es obra de un ángel, y no de un hombre.»

El iluminado no se limita a estas grandes decoraciones a toda página; prácticamente no hay página que no presente bellas letras capitales en el inicio de versículos o párrafos y algún otro pequeño ornamento, así como motivos zoomorfos o antropomorfos siempre enredados en complejos nudos y filigranas. Es definitivamente, un arte de entrelazados laberínticos que entronca con tradiciones celtas manifestadas en trabajos en metal o piedra, realizados en la misma época del Libro de Kells y que aun hoy perduran en diseños de joyas.



Notas


[1] Se sabe que hubo mujeres dedicadas a la iluminación de manuscritos, aunque las fuentes son muy escasas y puede que no valoren adecuadamente la participación femenina en un oficio considerado “de varones”. Al parecer hubo equipos de iluminadores compuestos por matrimonios en el siglo XIV, y en el XVI el artista alemán Durero pagó de su bolsillo un folio iluminado por una mujer. Es muy probable que esta práctica tuviera un caracter familiar, dado que a lo largo de toda la historia y hasta entrado el siglo XX, la mayoría de los casos registrados de mujeres artistas, corresponden a esposas o hijas de artistas masculinos reconocidos.