Las Academias de Arte

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Las Academias de Arte


Entrega de Premios
François-Joseph Heim, Carlos X de Francia entregando distinciones en el Salón de París de 1824, 1825 - 1827, Óleo sobre tela; 173 x 256 cm, Musée du Louvre, París
Fotografía: Internet - Dominio Público (vía Wikimedia Commons)
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acia fines del siglo XVIII la pintura y la escultura habían dejado de ser un oficio artesanal, cuyos conocimientos se transmitían de maestro a discípulo, en la práctica cotidiana del taller de aquel, del mismo modo que lo hacían un carpintero, un zapatero o un sastre. Ya desde mediados del siglo XVII habían comenzado a crearse las Academias de Bellas Artes, fundadas y funcionando bajo la protección real, lo que les confería una jerarquía equiparable a los estudios universitarios. La misma palabra academia sugiere este nuevo estado; deriva del nombre de la «villa» en la que Platón enseñaba filosofía a sus discípulos en Atenas. El hecho de que lo que hasta ese momento había sido un "oficio" pasara a constituirse en una carrera profesional institucionalizada, junto a los cambios en las condiciones de producción y venta de las obras, fueron los principales factores que contribuyeron a consolidar el prestigio social del artista, diferenciándolo definitivamente de los artesanos. La lucha que desde fines del siglo XV habían emprendido artistas como Leonardo y Durero, llegaba así a su exitosa culminación.

Creación de las principales Academias de Arte europeas

Real Academia de San Fernando
Fotografía: Internet
  • 1563 - Academia degli Arti del Disegno, Florencia
  • 1593 - Academia di San Lucas, Roma
  • 1648 - Academia Real de Pintura y Escultura, París
  • 1671 - Academia Real de Arquitectura, París
  • 1692 - Academia de Bellas Artes, Viena
  • 1694 - Academia de las Artes, Berlín
  • 1752 - Reales Academias de dibujo y de desnudo, Nápoles/li>
  • 1752 - Real Academia de San Fernando, Madrid
  • 1764 - Escuela Superior de Bellas Artes, Dresde
  • 1776 - Academia de Bellas Artes de Brera, Milán
  • 1797 - École Nationale Supérieure des Beaux-Arts, París
Aguafuerte
Pietro Antonio Martini, Exposición en el Salón del Louvre en 1787, 1787, Aguafuerte; 32.9 x 49.3 cm
Fotografía: Internet - Dominio Público

Para favorecer la difusión, y las posibilidades de venta, las academias comenzaron, primero en París, más tarde en Londres, a organizar exposiciones anuales para exhibir las obras de sus miembros. Este "Salón" con el correr del tiempo, se convirtió en un acontecimiento social de tal magnitud que generó una relación entre el arte y el público en general, absolutamente inédita. Hasta ese momento, el común de la gente no había tenido lo posibilidad de ver una pintura o escultura, salvo aquellas de tema religioso, ubicadas en las iglesias; el arte era un consumo y un privilegio de los nobles y los ricos. Con el “Salón”, lo que hasta entonces había sido patrimonio de la alta cultura, se convirtió en motivo de interés de la gente común. El salón permitía que, durante algunas semanas, todo el mundo pudiera contemplar las obras allí expuestas y, como había hecho notar en 1757 un grabador y funcionario de la Academia, Charles-Nicolas Cochin, «... esta feliz institución [...] ha inspirado el amor a las artes a muchas personas que, sin la exposición, nunca se hubieran interesado por ellas.» Una idea del interés que la exposición, ubicada en el salón Carré del Louvre, despertaba entre los parisinos, nos la da este comentario del escritor Pidansat de Mairobert, escrito en 1777:

«Se emerge, como de una trampa, a través de un hueco de escalera, siempre congestionado de gente a pesar de su anchura considerable. [...] Al fin se siente uno ensordecido por un ruido continuo como el de las olas que estallan en un mar airado. No obstante, aquí hay algo que puede deleitar los ojos de un inglés: la mezcolanza, hombres y mujeres juntos, de todos los órdenes y todos los rangos del estado... [...] Este espectáculo maravilloso me agrada incluso más que las obras expuestas en este templo de las artes. Aquí el saboyano que vive de sus chapuzas se codea con el ilustre noble acicalado en su "cordon bleu"; la pescadera intercambia sus aromas con la dama de alcurnia, obligándola a apretarse la nariz para combatir el fuerte olor de brandy barato que la invade; el rudo artesano, guiado sólo por su instinto, salta con una justa observación, al oír la cual un imbécil ingenioso casi estalla de risa sólo por razón del cómico acento en que ha sido expresada; mientras tanto un artista, oculto entre la multitud, desenmadeja el último significado de todo esto y procura sacar provecho.»[1]

Salón
Johann Heinrich Ramberg, Retrato de su Majestad y la Familia Real viendo la exhibición de la Academia Real, 1788, Grabado; 32 x 49.2 cm
Fotografía: Internet - Dominio Público

La institución de los Salones introdujo factores nuevos, de fundamental importancia para la relación entre los artistas y la sociedad. Habiendo menguado los encargos oficiales o eclesiásticos, para poder trabajar para clientes particulares cuyos encargos satisfacían y cuyos deseos y gustos comprendían, o bien para el público burgués comprador, cuyos gustos podían prever, los artistas debían adquirir notoriedad y, para ello, tuvieron que trabajar para triunfar en una exposición. En los Salones, por un lado, el jurado, con sus decisiones, marcaba la tendencia y estilo de las obras; y, por otra parte, existía el riesgo de que lo espectacular y pretencioso brillase más que lo sincero y sencillo. Fue así que muchos artistas, tratando de atraer la atención, escogieron temas melodramáticos, de grandes dimensiones y fuerte colorido, para impresionar al público y al jurado. Esto condujo a algunos artistas genuinos a desdeñar el arte oficial y a poner en crisis el ámbito en el que el arte se había desarrollado hasta entonces. Crisis que culminó con el escándalo del Salón de 1863, con sus 3.000 obras rechazadas, que el emperador Napoleón III solucionó inaugurando un "Salón de los Rechazados", acontecimiento que se constituyó en el punto de partida de un nuevo estilo, el Impresionismo. La obra de Heim, al comienzo de esta página, es tanto un documento histórico del papel que jugaban estas exposiciones oficiales, como del tipo de pintura que en ellas triunfaba.

Paralelamente a estos dramáticos cambios, o tal vez como consecuencia de ellos, se expande el, hasta entonces limitado, mercado de arte, a una mucho más amplia clientela y, asimismo, crece exponencialmente la creación artística, en principio, para satisfacer el incremento de la demanda. Al respecto dice Eric Hobsbawm: «El simple incremento del tamaño y la riqueza de la clase media urbana con posibilidad de dedicar más atención a la cultura, así como el gran incremento de individuos cultos y sedientos de cultura entre la clase media baja y algunos sectores de la clase obrera, habría sido suficiente para asegurar este hecho.»[2] Pero es imposible negar que en medio de este proceso, surgió una gran cantidad de talentos que en las últimas décadas del siglo XIX sentaron las bases para el desarrollo del arte del siglo siguiente, aunque en los primeros tiempos, hayan sido marginados, e incluso ridiculizados, por la crítica y el gran público.

Diderot
Louis-Michel van Loo, Retrato de Denis Diderot, 1767, Óleo s/tela, Musée du Louvre
Fotografía: Internet - Dominio Público (vía Wikimedia Commons)

Otro elemento nuevo, generado por los Salones, fue la aparición de la crítica de arte. Las exposiciones generaban gran cantidad de escritos y publicaciones con comentarios y juicios sobre las obras expuestas, que tenían una fuerte aceptación por parte del público y, en muchas ocasiones, contenían duros conceptos sobre la obra de algunos artistas o sobre la exposición en general, lo que ocasionó no pocas polémicas y reacciones por parte de la Academia y de los propios artistas, que valiéndose de su oficio, ridiculizaban a los críticos en grabados que los representaban como patanes, incultos o, directamente, ciegos.

Denis Diderot, (1713 - 1784) escritor, filósofo y enciclopedista francés, es considerado el primer crítico de arte. Hombre de excepcional genio, fue innovador tanto como novelista, como filósofo y como uno de los redactores de la obra magna de la Ilustración: “Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers”. Fue el creador de ese nuevo género literario y periodístico conocido como “crítica de arte” y, por lo tanto, el primer crítico de arte, profesión que ejerció desde el periódico Salons, donde publicaba sus análisis y opiniones sobre las obras expuestas en los salones anuales de la Academia de Francia en el Louvre, y también en otras exposiciones. Escribió además, “Essais sur la peinture”, ensayo muy alabado por Goethe.

Famosos escritores de los siglos XVIII y XIX ejercieron la crítica de arte. Entre ellos se puede citar a John Ruskin, Charles Baudelaire, Karl Huysmans. La crítica de arte de los escritores más renombrados apoyaba la renovación del arte y se ensañó con la Academia y su actitud favorecedora de lo neoclásico, frío y ampuloso. Ya en el s.XVIII Diderot escribía ideas que los vanguardistas del siglo siguiente pondrían en práctica:

«Cientos de veces he estado tentado de decir a los jóvenes alumnos que encontraba camino del Louvre, con la carpeta bajo el brazo: Queridos amigos, ¿cuánto hace que dibujáis allí? Dos años. ¡Muy bien! Es más de lo necesario. Abandonad este taller de manera. Id a los Cartujos y allí veréis la verdadera actitud de la piedad y la compunción. Hoy es víspera de fiesta: id a la parroquia, vagad en torno a los confesionarios, allí veréis la verdadera actitud del recogimiento y el arrepentimiento. Mañana, id a la taberna, y veréis el auténtico comportamiento del hombre furioso. Buscad en las escenas públicas; sed observadores en las calles, en los jardines, en los mercados, en las casas, y adquiriréis las ideas precisas del verdadero movimiento en los actos de la vida.»

Un siglo después, Baudelaire resumía en una frase su concepción de la crítica:

«Para ser justa, es decir, para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política, esto es: debe adoptar un punto de vista exclusivo, un punto de vista que abra al máximo los horizontes.»

Por otra parte, ni los jurados de los salones, ni los artistas, ni el público se salvaba de los ácidos dardos de escritores como Charles Baudelaire...:

«Cuanto más cultiva un hombre las artes, menos lascivo y libertino se vuelve (...) Copular significa entrar en otro — y el artista nunca emerge de sí mismo.»

«En vista de esto amigo, eres como el público, al cual uno no debería jamás ofrecer un delicado perfume. Les exaspera. Dales solo basura cuidadosamente seleccionada.»

... o grabadores como Honoré Daumier.

Crítica
Honoré Daumier, “Críticos de arte, Increible...”
Fotografía: Internet - Dominio Público
Público
Honoré Daumier, “—Oye! mirando esta pintura bien de cerca para descubrir cualidades, vemos que el color es bueno...”
Fotografía: Internet - Dominio Público

Honoré Daumier, “Exposición de pintura de 1868 - La última pincelada”
Fotografía: Internet - Dominio Público

Notas


[1] "Lettres sur l'Académie Royale de Scullpture et de Peinture et sur le Salon de 1777", reimpresas en Revue Universelle des Arts, XIX, 1864, págs. 185-186. Citado por: Thomas E. Crow, Pintura y Sociedad en el París del siglo XVIII, Ed. Nerea, Madrid, 1989; trad. Luis C. B. Cardenal; págs. 14-15.

[2] Eric Hobsbawm, “La era del Imperio - 1875 - 1914”, Crítica, Grupo Editorial Planeta, Buenos Aires, 2007