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Jean-Baptiste-Camille Corot y el paisajismo francés


Camille Corot, Autorretrato, ca. 1835
Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)
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ean-Baptiste-Camille Corot (1796 - 1875) vivió el tumultuoso siglo XIX en Francia con total indiferencia hacia los acontecimientos políticos, las revoluciones y las guerras en que estuvo envuelto su pais durante sus casi 80 años de vida. El más importante paisajista anterior al impresionismo vivió en un apacible transcurrir entre telas y pinceles, sin problemas económicos, sin tener que preocuparse por trabajar para vivir, sin importarle ser conocido ni vender sus obras. También se mantendrá independiente de todas las corrientes pictóricas de la época, -neoclasicismo, , etc.-, aunque tome algo de cada una. A los 29 años viaja a Roma en el tradicional viaje de estudios que todo artista del siglo XIX realizaba al menos una vez en su vida. Allí descubre la luz, se dedica con ahinco al paisaje y cultiva una pintura clara, luminosa. Desde ese momento, se instala frente al motivo y lo estudia pacientemente, observa con atención la naturaleza, practica la pintura al aire libre. Así aprenderá que el color no es una propiedad del objeto, que está determinado por la luz, la atmósfera del lugar, la hora del día, el clima. Su lección es fundamental para los impresionista; fue su padre espiritual, el "père" Corot, como le llamaban.

Nacido en París, de familia acaudalada, Corot recibió una educación burguesa realizando sus estudios secundarios en Ruan, donde un amigo con el que compartía vivienda, ávido lector de Russeau, lo introduce en las ideas ilustradas y el gusto por la naturaleza. Continuó su educación en Poissy y al concluir sus estudios, para escándalo de su familia, manifiesta su intención de dedicarse a la pintura. Su padre se opuso y lo colocó como aprendiz en el negocio familiar. Sin embargo, parece ser que Camille dedicaba la mayor parte de su jornada laboral a dibujar, sin interesarse en lo más mínimo en sus tareas. Finalmente, a su familia no le queda más opción que aceptar su vocación y lo manda a estudiar con un valorado paisajista, Achille-Elna Michallon. La temprana muerte de su primer maestro, lo lleva a ingresar en el estudio de Jean-Victor Berlin. De ellos Jean-Baptiste aprende a observar con precisión la naturaleza para reproducirla verázmente y adquiere suma habilidad en los principios de composición clásicos que caracterizarán sus paisajes, bien estructurados sin perder por eso su frescura.

Camille Corot, Roma vista desde los jardines de Villa Farnese, 1826, Colección Phillips, Washinton
Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)

En sus cuadros pintados durante su estadía en Italia, se percibe cómo Corot estaba fascinado por la luz diáfana del Mediterráneo. El tema serán los restos monumentales de la Antigüedad romana cientos de veces pintados por otros tantos artistas de toda Europa que viajaban a Italia a completar su formación. Pero mientras estos repetían los modelos del clasicismo académico bañados de cierta poética romántica, Corot los pinta tal como los veía, volúmenes bañados de luz que variaban según la hora del día. Otra enseñanza que se llevó de su periplo italiano será su aporte fundamental al lenguaje moderno de sus jóvenes admiradores:

«El dibujo es lo primero que hay que buscar. Seguidamente, los valores cromáticos. Estos son los puntos de apoyo. Después el color, y, finalmente, la ejecución.»

De regreso a Francia, vive en Ville d'Avre en las afueras de París, pero pasará su vida viajando con frecuencia por toda Francia en busca de nuevos paisajes. Prefería las horas del amanecer y el crepúsculo para salir al campo a pintar. En esos momentos del día, la luz se difumina, se producen hermosos juegos de sombras, reflejos y el color se multiplica en variedad de matices pastel. Corot comprendió que el color era un elemento relativo sometido a la influencia de los otros colores que lo rodean. Esto aprendieron de él los impresionistas y se proyectó a toda la pintura posterior.

Camille Corot, La danza de las ninfas, ca. 1850, Óleo s/tela, Musée d'Orsay, París
Fotografía: Museo d'Orsay
Camille Corot, El botero de Mortefontaine, 1865/70, Óleo s/tela, Colección Frick, NY
Fotografía: Dominio Público (vía Wikimedia Commons)

En sus viajes por Francia en busca de paisajes, visitó el Bosque de Fontainebleau en 1829 (y volverá en los dos años siguientes) trabando amistad con algunos de los pintores de la llamada “Escuela de Barbizón”, que compartían su idea de pintar al aire libre y reproducir fielmente la naturaleza sin idealizaciones románticas —aunque Corot a veces no evita un toque romántico en paisajes que traslucen cierta bucólica malancolía—; esta relación hace que muchos autores lo incluyan en la lista de pintores integrantes de dicha escuela. A partir de 1827 comienza a enviar obras al Salón de París todos los años, sus envíos son aceptados y en dos oportunidades obtiene medallas de segunda clase. También será integrante del jurado en cuatro oportunidades. A pesar de sus logros en el salón, su obra no llama la atención ni del público ni de la crítica. Su estilo, alejado de la técnica academicista, más atento a la forma y la tonalidad general del motivo que al detalle[1]. se acerca más al boceto que a cuadros “terminados”, como los que más atraían en los salones. Baudelaire, en su rol de crítico de arte y aunque defendía la obra de Corot, escribió: «Existe una gran diferencia entre un cuadro hecho y un cuadro acabado. La mirada del público está tan acostumbrada a esas piezas brillantes, limpias, industriosamente bruñidas, que a Corot siempre se le reprocha que no sabe pintar.»

Camille Corot, Recuerdo de Mortefontaine, 1864, Óleo s/tela, Musée du Louvre, París
Fotografía: Dominio Público (vía Wikimedia Commons)
Camille Corot, Ville d'Avray, ca. 1867, National Gallery of Art, Washington
Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)

La consagración le llegará en la Exposición Universal de París de 1855 donde obtiene una medalla de primera clase y Napoleón III le adquiere uno de los cuadros expuestos para su colección particular. A partir de ese momento sus obras alcanzan una importante cotización y su éxito se consolida defitinivamente en el Salón Nacional de 1860, donde la “La Danza de las Ninfas” es todo un suceso de crítica y público.

Si bien los impresionistas lo admiraban y aprendieron mucho de él, personalmente Corot no sentía mayor simpatía por ellos como grupo pues no compartía en absoluto su posición contestataria y “antisistema”. Más allá de esto, el impresionismo le debe a Corot su amor por la pintura al aire libre y la preocupación por plasmar la sensación visual de un sujeto natural en determinadas condiciones atmosféricas y de luz. Corot fue el primero en expresar esa sensación en sus cuadros y su influencia fue decisiva en los inicios del movimiento impresionista, tal como lo reconoció Monet.

Camille Corot, La dama de azul, 1874, Óleo s/tela, Musée du Louvre, París
Fotografía: Internet - Dominio Público (via historia-arte.com)
Camille Corot, Mujer con una perla, 1868 - 70, Óleo s/tela. Musée du Louvre, Paris
Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)

Además de ser uno de los más importantes paisajistas franceses, Corot practicó el retrato con igual maestría, realizando decenas de ellos. “La mujer con una perla, (retrato de Berthe Goldschmidt) es un ejemplo claro de su habilidad como pintor, en un retrato cuya pose recuerda a La Gioconda, pero con un fondo neutro. En cambio La dama de azul, pintado cuando ya había cumplido 74 años, nos presenta un “paisaje interior”, muy probablemente su taller, donde la modelo, retratada subre un fondo de matices tierra cálidos, se destaca rotundamtne con su vestido azul, —toda una lección de pintura en sí mismo— que atrae todas las miradas.


Notas


[1] «Lo único que importa es ver primero las grandes masas, y verlas con los ojos medio cerrados. —Bueno, ¿Y después, cuando quiere ver los detalles? —Entonces los cierro bien.» (J.B.C. Corot). En Wikipedia, consultado 5/2023.