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François-Joseph Heim
Carlos X de Francia entregando distinciones en el Salón de París de 1824

1825 - 1827
Óleo sobre tela; 173 x 256 cm

Hacia fines del siglo XVIII la pintura y la escultura habían dejado de ser un oficio artesanal, cuyos conocimientos se transmitían de maestro a discípulo, en la práctica cotidiana del taller de aquel, del mismo modo que lo hacían un carpintero, un zapatero o un sastre. Ya desde mediados del siglo XVII habían comenzado a crearse las Academias de Bellas Artes, fundadas y funcionando bajo la protección real, lo que les confería una jerarquía equiparable a los estudios universitarios. La misma palabra academia sugiere este nuevo estado; deriva del nombre de la «villa» en la que Platón enseñaba filosofía a sus discípulos. El hecho de que lo que hasta ese momento había sido un "oficio" pasara a constituirse en una carrera profesional institucionalizada, junto a los cambios en las condiciones de producción y venta de las obras, fueron los principales factores que contribuyeron a consolidar el prestigio social del artista, diferenciándolo definitivamente de los artesanos. La lucha que desde fines del siglo XV habían emprendido artistas como Leonardo y Durero, llegaba así a su exitosa culminación.

Pietro Antonio Martini
Exposición en el Salón del Louvre en 1787

1787
Aguafuerte; 32.9 x 49.3 cm (imagen)

Para favorecer la difusión, y las posibilidades de venta, las academias comenzaron, primero en París, más tarde en Londres, a organizar exposiciones anuales para exhibir las obras de sus miembros. Este "Salón" con el correr del tiempo, se convirtió en un acontecimiento social de tal magnitud que generó una relación entre el arte y el público en general, absolutamente inédita. Hasta este momento, el común de la gente no había tenido lo posibilidad de ver una pintura o escultura, salvo aquellas de tema religioso, ubicadas en las iglesias; el arte era un consumo y un privilegio de los nobles y los ricos. El salón permitía que, durante algunas semanas, todo el mundo pudiera contemplar las obras allí expuestas y, como había hecho notar en 1757 un grabador y funcionario de la Academia, Charles-Nicolas Cochin, «... esta feliz institución [...] ha inspirado el amor a las artes a muchas personas que, sin la exposición, nunca se hubieran interesado por ellas.» Una idea del interés que la exposición, ubicada en el salón Carré del Louvre, despertaba entre los parisinos, nos la da este comentario del escritor Pidasant de Mairobert, escrito en 1777:

«Se emerge, como de una trampa, a través de un hueco de escalera, siempre congestionado de gente a pesar de su anchura considerable. [...] Al fin se siente uno ensordecido por un ruido continuo como el de las olas que estallan en un mar airado. No obstante, aquí hay algo que puede deleitar los ojos de un inglés: la mezcolanza, hombres y mujeres juntos, de todos los órdenes y todos los rangos del estado... [...] Este espectáculo maravilloso me agrada incluso más que las obras expuestas en este templo de las artes. Aquí el saboyano que vive de sus chapuzas se codea con el ilustre noble acicalado en su "cordon bleu"; la pescadera intercambia sus aromas con la dama de alcurnia, obligándola a apretarse la nariz para combatir el fuerte olor de brandy barato que la invade; el rudo artesano, guiado sólo por su instinto, salta con una justa observación, al oír la cual un imbécil ingenioso casi estalla de risa sólo por razón del cómico acento en que ha sido expresada; mientras tanto un artista, oculto entre la multitud, desenmadeja el último significado de todo esto y procura sacar provecho.»[1]

A partir de 1748 se instituyó un jurado que seleccionaba las obras a exponer. Este jurado, integrado por los miembros y profesores de mayor prestigio de la Academia, fue endureciendo los criterios de selección, de modo tal que, a través de la aceptación o rechazo de las obras presentadas, configuró el estilo artístico "oficial" de la Academia. La ceremonia de apertura del Salón, a la que asistía el rey a entregar los premios, se constituyó en un acontecimiento social de gran repercusión entre la sociedad culta de la época. La aceptación de una obra para ser expuesta, elevaba el prestigio y consideración del autor, mucho más si se adjudicaba una distinción; el rechazo, en cambio, constituiría una mancha negra en su reputación.

Johann Heinrich Ramberg
Exhibición de la Real Academia de Pintura de Londres

1787
Grabado; 32 x 49.2 cm

La institución de los Salones introdujo factores nuevos, de fundamental importancia importancia para la relación entre los artistas y la sociedad. Para poder trabajar para clientes particulares cuyos encargos satisfacían y cuyos deseos y gustos comprendían, o para el público burgués comprador, cuyos gustos podían prever, los artistas debían adquirir notoriedad y, para ello, tuvieron que trabajar para triunfar en una exposición, donde, por un lado, el jurado, con sus decisiones, marcaba la tendencia y estilo de las obras; y, por otra parte, existía el riesgo de que lo espectacular y pretencioso brillase más que lo sincero y sencillo. Fue así que muchos artistas, tratando de atraer la atención, escogieron temas melodramáticos, de grandes dimensiones y fuerte colorido, para impresionar al público y al jurado. Esto condujo a algunos artistas genuinos a desdeñar el arte oficial y a poner en crisis el ámbito en el que el arte se había desarrollado hasta entonces. Crisis que culminó con el escándalo del Salón de 1863, con sus 3.000 obras rechazadas, que el emperador Napoleón III solucionó inaugurando un "Salón de los Rechazados", acontecimiento que se constituyó en el punto de partida del Impresionismo. La obra de Heim, al comienzo de esta página, es tanto un documento histórico del papel que jugaban estas exposiciones oficiales, como del tipo de pintura que en ellas triunfaba.

Otro elemento nuevo, generado por los Salones, fue la aparición de la "crítica de arte". Las exposiciones generaban gran cantidad de escritos y publicaciones con comentarios y juicios sobre las obras expuestas, que tenían una fuerte aceptación por parte del público y, en muchas ocasiones, contenían duros conceptos sobre la obra de algunos artistas o sobre la exposición en general, lo que ocasionó no pocas polémicas y reacciones por parte de la Academia y de los propios artistas, que valiéndose de su oficio, ridiculizaban a los críticos en grabados que los representaban como patanes, incultos o, directamente, ciegos.


[1] -- "Lettres sur l'Académie Royale de Scullpture et de Peinture et sur le Salon de 1777", reimpresas en Revue Universelle des Arts, XIX, 1864, págs. 185-186. Citado por: Thomas E. Crow, Pintura y Sociedad en el París del siglo XVIII, Ed. Nerea, Madrid, 1989; trad. Luis C. B. Cardenal; págs. 14-15.


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