Diego Velázquez ca. 1635 Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, nació en Sevilla en 1599. Por parte de padre era de origen portugués y con, según llegó a suponerse, algún posible antepasado judío; por parte materna (los Velázquez) de origen sevillano, sus antepasados fueron posiblemente hidalgos (es decir nobles), pero sin mayor significación ni económica ni social. El joven Velázquez, que desde su infancia manifestó una particular habilidad para la pintura, habría comenzado su formación hacia 1609, en el taller de Herrera el Viejo, pintor prestigioso en la ciudad y conocido por su mal carácter (aunque algunos autores niegan este primer contacto de Diego con la pintura). Si fue cierto, parecer ser que el joven no pudo soportarlo y en 1611 su padre formaliza contrato de aprendizaje con el pintor sevillano Francisco Pacheco. El contrato sigue los usos y costumbres de la época (usos que venían ya desde fines del medioevo); se estipula que, durante un lapso de seis años, el joven Diego vivirá en casa de su maestro, realizando todas las labores y recados que se le ordenen - casi como un criado o sirviente - a cambio de la enseñanza del arte de la pintura, además de recibir alojamiento, comida y vestimenta, así como atención en caso de enfermar, siempre que "...no pasen de quinze días...". Además se establecía que Diego no podía irse de la casa y si lo hacía, el padre se comprometía a llevarlo de vuelta en caso de saber donde se encuentre o, caso contrario "...os doy poder cumplido para que lo traygáis... e cualquier juez ante quien lo pidiere os pueda dar e dé su mandamiento rrequisitorio de apremio, con sólo vuestro juramento o declaración...".
A pesar de este duro contrato, parece ser que la familia Pacheco trató muy bien al niño (tenía doce años al entrar al taller) y éste vivía gustoso en el continuo ejercicio del dibujo, primera etapa del aprendizaje de la pintura en los talleres de la época. Pacheco ha pasado a la historia del arte como maestro de Velázquez y escritor más que como pintor; era un artista letrado, erudito y conocedor de la literatura clásica. Desempeñó un gran papel en la vida cultural y artística sevillana; gozaba de gran prestigio en los círculos eclesiásticos, participando de forma muy influyente en las tertulias literarias de la ciudad, en las que se reunían, al modo de las academias italianas, los miembros de la nobleza local, clérigos cultos y artistas de la pluma o del pincel. En este ambiente intelectual se forma el joven Velázquez; en 1617 rinde examen ante el gremio de pintores de la ciudad de Sevilla, siendo jueces el propio Pacheco y Juan de Uceda, quedando inscripto como uno más de ellos, pudiendo ejercer ya libremente su oficio y abrir taller de pintura con oficiales y aprendices. Según se acostumbraba en los talleres, para preservar los secretos y fórmulas del taller, el maestro casaba a su mejor discípulo con su hija. Así, un año mas tarde, a los 19 de edad, Diego se casa con la hija de su maestro, Juana Pacheo. (El propio Velázquez continuará esta tradición, casando a su primogénita Francisca con su exelente alumno Juan Martínez del Mazo.) De los escritos de Pacheco surge con claridad que éste estimaba muchísimo a su discípulo y confiaba plenamente en su extraordinaria capacidad: "...a quien, después de cinco años de educación y enseñanza, casé con mi hija, movido de su virtud, limpieza y buenas partes, y de las esperanzas de su natural y grande ingenio". En esta etapa Velázquez consigue dominar la representación de la naturaleza, del relieve y de las texturas, sirviéndose del tenebrismo, consistente en una fuerte luz dirigida que acentúa los relieves y singulariza mágicamente las cosas mas vulgares al colocarlas en un primer plano muy iluminado contra un fondo de profundas sombras; técnica iniciada por Caravaggio y sus seguidores. En sus comienzos como pintor, las relaciones de su suegro le facilitan algunos encargos de temas religiosos. De estos primeros tiempos es "El Aguador de Sevilla" y los "Dos jóvenes comiendo", que él conserva y lleva a Madrid consigo, para mostrar su maestría. En 1621 muere en Madrid el rey Felipe III; su sucesor Felipe IV favorece a un noble de familia sevillana, aunque nacido en Roma, don Gaspar de Guzmán que se convertiría de inmediato en el favorito y todo poderoso Duque de Olivares. (El favorito del rey, también llamado valido, era el personaje en el que el rey delegaba las funciones de gobierno, siendo en la práctica un primer ministro.) Probablemente por mediación de su suegro Pacheco, en 1622 hace un viaje a Madrid, que no tiene efectos inmediatos, pero si le permitió a Velázquez conocer a personas importantes en la Corte, ver por primera vez las colecciones reales de pintura y retratar a Góngora.
Al año siguiente, su suegro Pacheco, por intermedio de un capellán real, don Juan de Fonseca, logra que el Conde-duque de Olivares le haga venir a Madrid a realizar un retrato ecuestre del joven rey. Esta obra es objeto de grandes elogios por parte de la corte y desde ese momento se inicia el proceso de ascenso personal y artístico del pintor sevillano. En la Corte, rápidamente se granjea el reconociemiento del rey a su maestría como pintor y ello le procurará a lo largo de su vida, la obtención de puestos importantes en el palacio real y, finalmente, unos años antes de su muerte, el titulo de Caballero de Santiago, que se reservaba solo a los mas altos grados de nobleza de sangre. Con ello logra disipar toda duda sobre sus posibles antepasados judíos, y también logra acceder al ansiado estatus nobiliario que, a falta de antecedentes claros de nobleza familiar, el rey obvió concediéndole cédula de hidalguía. Ya establecido en la corte se instala en Madrid, trae consigo a su mujer Juana Pacheco con sus hijas. De sus bienes de Sevilla, que no eran pocos, principalmente propiedades, se encargará de administrarlos su suegro. Velázquez totalmente entregado a su arte no se preocupa de esos menesteres, lo que realmente le interesa es afianzarse en su nueva situación en Palacio y en el mundillo artístico, donde debió tener numerosos enemigos, según se deduce de escritos de la época. Sus enemigos, ante su gran maestría, solían decir con envidia, que toda su habilidad consistía en saber pintar una cabeza. De esta época se han perdido sus pinturas, por el desgraciado incendio del Alcázar en 1734; de éstas quizás la más importante era la "Expulsión de los moriscos", pintada en 1627, con la que logro demostrar que sabia hacer algo más que cabezas, pues era un lienzo muy complejo, donde se unían la alegoría y el relato histórico, al modo de las composiciones flamencas. La obra más relevante conservada de estos años es, sin duda, "Los borrachos", cuadro en el que representa el tema clásico de la Bacanal y, en modo muy personal, afronta el asunto en forma directa y cruda, ofreciéndonos una reunión de pobres gentes, soldados de los Tercios, que en la adoración de Baco-Dionisos (representado como un joven vulgar) encuentran olvido momentáneo a sus desgracias y a sus desventuradas vidas. La alegría y consuelo del vino se comunica con gran vivacidad y realismo. Su técnica esta más perfeccionada y se aprecia la influencia de la pintura veneciana.
En agosto de 1628 llega a Madrid Rubens, con cartas de la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, gobernadora (con su esposo Alberto) de los Países Bajos, y ocho grandes cuadros para el rey. El pintor flamenco es ya un hombre de gran fama internacional; es 22 años mayor que Velázquez, a quien causa una gran impresión. Juntos hacen una visita a las colecciones de pintura de El Escorial[1] y Diego tiene la oportunidad de aprovechar toda la sabiduría que el gran pintor del barroco - Rubens - le transmite durante su estadía. Se cree que fue Rubens quien le indicó la necesidad de viajar a Italia para completar su formación y, quizás, intercediera ante el rey para que se le permitiera viajar. Obtiene la licencia del rey el 28 de Junio de 1629 y el 10 de agosto del mismo año, sale del puerto de Barcelona, teniendo de compañero de viaje al famoso general Ambrosio de Spinola, el vencedor de Breda, acontecimiento que Diego inmortalizará años más tarde en su famoso cuadro "Las Lanzas". En Italia permaneció un año y medio; hay constancia de su itinerario, porque su suegro Pacheco dejó reseñadas las etapas del viaje de su yerno. En Venecia, se alojó en casa del embajador de España, que lo recibió con grandes honores; pasó a la ciudad de Ferrara, donde fue huesped del cardenal Sachetti, luego marchó a Cento y de allí a Roma, siendo muy bien recibido por el Cardenal Barberini, sobrino del Pontífice, quien le permitió vivir en los palacios Vaticanos, recorrer sus estancias y hacer copias de las pinturas. Poco después pide licencia para trasladarse a la Villa Médicis, allí permaneció dos meses hasta que cae enfermo y se traslada a casa del marqués de Monterrey, embajador de España, quien ayudó al paciente y corrió con los gastos que ocasionaron su enfermedad. Ya repuesto, viajó a Nápoles, donde realizó un retrato de doña María de Austria, reina de Hungría, que trajo a España y entregó a su hermano, el rey. Volvió a Madrid después de un año y medio, siendo bien recibido por el rey y por el Conde-duque. Se sabe que en Roma copió atentamente obras de Miguel Angel y de Leonardo. Su educación fue la más completa posible y su técnica alcanzó ya un punto de total perfección.
Al regresar Velázquez a Madrid, en enero de 1631, retoma de nuevo sus actividades palaciegas y recibe el reconocimiento de Felipe IV, que ha visto en él sus extraordinarias condiciones y va a ser ya definitivamente su pintor. En esta década su actividad en palacio va ser muy intensa, se esta construyendo en Madrid el Palacio del Buen Retiro, iniciativa del Conde Duque de Olivares, y para su decoración se hacen encargos a muy importantes pintores. Velázquez va a realizar una serie de soberbios retratos ecuestres de los reyes Felipe III, Felipe IV, de sus respectivas esposas y del principe heredero, para decorar los testeros del salón de Reinos. Para estos muros, también se pintan cuadros de batallas mostrando los triunfos de la monarquía; el pintor sevillano contribuye con la "Rendición de Breda" o cuadro de "Las Lanzas". Junto a las obras del Buen Retiro, trabaja también para la Torre de Parada, palacete de caza próximo al Pardo, donde Felipe IV, formó una excelente colección de pinturas. Para este lugar, realiza una serie de retratos de los miembros de la familia real en traje de caza; retratos de un carácter sencillo y sin pompa, en escenarios montañosos, representando actividades cinegéticas.
De esta época también es "Cristo Crucificado", realizado por encargo real y destinado al convento de San Plácido. La plenitud del cuerpo, la morbidez del desnudo sereno como una estatua clásica, a la vez que palpitante, hacen que este cuadro sea apreciado por el publico en general como la representación del Cristo por excelencia. También pintó para el oratorio de la reina "La coronación de la Virgen" y para una de las ermitas del jardín del Buen Retiro, el gran lienzo de "San Antonio Abad y San Pablo ermitaño". Entre los años treinta y los cuarenta, también pinta una serie de retratos de enanos y bufones de la corte, personajes singulares que pululaban en torno al rey, al que divertían y advertían de la realidad, con un grado de sinceridad y familiaridad sorprendente. El retratarlos no ha sido una idea de Velázquez, sino que ya era una tradición de la Casa de Austria; en su momento los pintores de la corte ya habían retratado a Pejerón, bufón de Carlos V, a Magdalena Ruiz, la loca de Felipe II o al enano Soplillo de Felipe IV.
En 1649 parte a Italia con el duque de Maqueda y Najera, que iba a Trento para acompañar y recoger a doña Marina de Austria, archiduquesa de Austria y prometida de Felipe IV. Velázquez era un hombre de 50 años, ya maduro, tenia el encargo del monarca de adquirir obras de arte para la colección real y contratar decoradores al fresco. En Roma permaneció todo el año de 1650, se le abren las puertas del Vaticano, dado su condición de pintor real, y se le encarga el retrato del Pontífice Inocencio X. El lienzo sorprendió a los romanos y, junto con el retrato de su criado-esclavo, Juan de Pareja, pintado anteriormente, le abre las puertas de la Academia de Roma. En el retrato del papa, refleja su personalidad cruel, recelosa y vulgar, y Diego impone su gran técnica con un acorde de rojos deslumbrantes y novedosos en su época. Este retrato es, junto con "Las Meninas", una de sus obras maestras. Hay noticias de otros cuadros pintados en Roma por Velázquez, pero solo se ha conservado con seguridad el del cardenal Camillo Astalli. Se cree con buen fundamento que de Roma trajo pintada una obra excepcional: "La Venus del Espejo". Es el único desnudo del siglo XVII, sobre el se plantean varios enigmas, como en muchas de las obras velazqueñas, uno es la fecha en que lo pintó; otro el lugar, dicen que lo realizo en España mientras sostienen otros que lo hizo en Italia, impregnado por el clima de libertad que había en aquel país muy diferente al que se respiraba en el inquisitorial territorio español. Se sabe que fue un encargo que le realizó el Marqués de Heliche, sobrino del Conde-duque de Olivares y en ese momento favorito de Felipe IV. Velázquez encontró en Roma una ciudad en plena transformación, con creadores del nivel de Bernini, Pietro da Cortona o Nicolás Poussin, con quienes traba amistad. Este ambiente tan atractivo para un artista y una supuesta aventura de la cual tuvo un hijo, Antonio, (¿con la modelo de la "Venus del Espejo"?) al que de vuelta a Madrid habría enviado dinero, le hacen demorar su vuelta a España. El rey le ordenó regresar en febrero de 1650 y Velázquez recién lo hará para mayo del año siguiente. Así, cuando solicita permiso más tarde para hacer un tercer viaje, le será denegado. Ya en España, las pinturas y esculturas que había traído de Italia, complacen extraordinariamente al rey, quien le nombra Aposentador Mayor de palacio. El ascenso de Velázquez en el mundo cortesano español, los cargos y honores recibidos, como el título de Caballero de Santiago, han hecho pensar a muchos historiadores modernos en una relación de afectuosa amistad entre el rey y Diego, lo que parece ser algo exagerado. Aunque Felipe IV tenía afición por la pintura, su amistad con un ayudante de cámara que figuraba junto con los barberos en la nómina del personal de palacio, es ilusoria. Lo demuestran datos como el desagrado que experimentó cuando su tía le envía como embajador para gestionar un tratado de paz con Inglaterra, a Rubens, un hombre "de tan pocas obligaciones", es decir, de tan poca categoría, como un pintor, y esto a pesar de que Rubens, para ese entonces, ya había sido ennoblecido varias veces. O el hecho de que, ya enfermo del mal que le causará la muerte, el rey no va a visitarlo, limitándose a enviarle su médico y a su confesor, a pesar de vivir ambos en el mismo complejo palaciego. Tampoco asistió ningún miembro de la familia real a su funeral, oscuro y modesto en una época de pomposas ceremonias. Diego Velázquez ca. 1644 - 1648 Este cargo de Aposentador Mayor es de máxima responsabilidad palaciega, y le inserta aun más en la vida cortesana; ha de ocuparse a modo de mayordomo o intendente de toda la vida palaciega, de los desplazamientos del rey, la decoración de ceremonias, etc. Dentro de sus obligaciones, se le encomienda la decoración del Alcázar. Para ello pinta cuatro lienzos mitológicos, de los que hoy sólo se conserva "Mercurio y Ergos". Asimismo se le encarga en 1656 la instalación en el Escorial de algunos de los cuadros traídos de Italia y de los comprados a Cromwell que habían pertenecido al decapitado rey Carlos I de Inglaterra. En estos años, retrata a los miembros de la familia real; quizás, la más retratada sea la Infanta Margarita, mostrándola desde sus tres años a los ocho, la infanta María Teresa y el infante Felipe Próspero, al que realiza un magnifico retrato vestido de azul acompañado de su perrito y, su obra más conocida, "Las Meninas" o "La Familia", como se la llamó en su época.
Como aposentador mayor, se le encomienda una tarea de gran altura social, la participación en la entrega de la hija mayor del rey, infanta María Teresa, a su prometido el rey Luis XIV de Francia, en la Isla de Los Faisanes, ceremonia que ha pasado a la historia como la jornada de Fuenterrabia. Toda la ceremonia y decoración fue realizada por Velázquez; quizás por el excesivo esfuerzo realizado en tan alta tarea, llega a Madrid enfermo, los médicos dijeron en principio que sufría de terciana sincopal. Habría sufrido grandes fatigas en el estomago y corazón, a decir de los galenos que le atendieron. Murió poco después de su regreso, el día 6 de Agosto de 1660. Siete días después murió su esposa, la hija de Pacheco, que tan silenciosamente le acompaño en vida. Fue enterrado en la la Iglesia de San Juan Bautista, lugar que fue arrasado en la Guerra de la Independencia y nadie se preocupó de salvar los restos de Velázquez. En 1961, en el lugar que ocupaba la antigua iglesia, se alzo una modesta columna, que señala la morada eterna del ilustre pintor, hoy plaza Ramales.
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