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El Impresionismo


Bordighera
Claude Monet, Bordighera, 1884, Óleo s/tela, The Art Institute of Chicago
Fotografía: Internet (vía The Archive Mark Harden
E

l “Impresionismo” es una corriente estilística pictórica que se origina en Francia en el último cuarto del siglo XIX y es la culminación de toda una cadena de hechos artísticos que iban paulatinamente descomponiendo y cuestionando los fundamentos del lenguaje plástico “clásico” y, a su vez, es el origen de otra cadena de corrientes y movimientos que constituirán las “vanguardias” del siglo XX. El lenguaje “clásico”, originado en la antigüedad greco-romana y desarrollado en el Renacimiento, ya producía cierto hastío entre los artístas y les resultaba insuficiente para expresar la nueva sociedad industrial en la que vivían, con sus avances científicos y tecnológicos, los problemas sociales, sus cambios culturales, económicos y políticos. El Romanticismo, —primer cuestionamiento al Neoclasicismo—, el Realismo, que transforma en tema pictórico la realidad cotidiana, el auge de un paisajismo volcado a reproducir la naturaleza sin aditamentos fantásticos o mitológicos, las lecciones de Corot y de Manet, constituyen los pasos que, desde comienzos de siglo, van socabando las bases de esa forma de representación, de ese lenguaje plástico definido como la “Tradición Clásica”.

Almuerzo de Remeros
Pierre-Auguste Renoir, Almuerzo en el Boating, 1881
Óleo s/tela, The Phillips Collection, Washington

Fotografía: Google Art Proyect - Dominio Público (vía Wikimedia Commons)

El pintor impresionista sale al encuentro de la naturaleza y de la luz natural. Hasta mediados de siglo, los pintores trabajaban en su taller; iluminando con una luz de interior sus modelos; imaginando escenas de acontecimientos del pasado o mitológicos. Si tomaban un motivo directamente de la naturaleza, hacían un boceto rápido y lo pasaban a la tela en su estudio. Fueron los paisajistas ingleses quienes dieron el primer paso hacia un contacto directo con la naturaleza. Eso llevó a descubrir lo cambiante que es; las variaciones de la luz con el correr de las horas; lo momentaneo y pasajero de una escena y a que surgiera el deseo de captar sólo uno de esos momentos en la tela. Los impresionistas dejan de lado todo motivo del pasado, todo tema de elevado simbolismo; su inspiración está en cualquier tipo de modelo real y existente. El pintor y la realidad, frente a frente, a la luz del día.

Esta el la primera novedad que trae el Impresionismo. Esta característica supone que, por un lado, la pintura impresionista sea, en la forma y en el tema, radicalmente opuesta al clasicísmo académico. No es trascendente, no intenta sondear el significado de la existencia, sino que refleja la superficie llena de colorido de la vida, busca reflejar la belleza de lo aparente como se ve bajo las cambiantes luces del día, el encanto del momento. Pero, en otro sentido, constituye el último intento del naturalismo en el arte. No hay pintor más realista que el impresionista en su intención de trasponer el mero verismo “fotográfico” para representar los aspectos más sensibles de la luz sobre los objetos y lo cambiante de la realidad. «Los impresionistas liberaron el color hasta conducirlo a su autonomía y llevaron la disolución de la forma tradicional hasta la creación de un velo atmosférico y brillante tras el cual los objetos se esfumaban, anunciando un arte “no objetivo”.»[1] Todo sistema incuba en sí mismo su propia crisis. Llevando hasta sus últimas consecuencias el naturalismo clásico, los impresionistas lo ponen en crisis y se convierten en su antítesis.

La observación rigurosa de la realidad y de la incidencia de la luz solar sobre el motivo; los cambios que la iluminación natural origina en éste a lo largo del día o con diferentes climas, es una obsesión del pintor impresionista. Para él no es posible hacer un estudio del natural y terminar el cuadro en el taller; se descartan los bocetos previos, el estudio de la composición; debe plasmar el motivo en ese momento particular en que lo contempla y con la mayor fidelidad, en unas pocas horas y a pura intuición. Los aspectos que más lo atraen son aquellos vibrátiles y movedizos de la naturaleza: el agua, el humo, el follaje, los reflejos, la nieve, el correr del tiempo reflejado en los objetos. Nada más demostrativo de esta preocupación por lo cambiante y fugaz de la realidad que las series de Monet en que un mismo motivo es pintado a distintas horas, con diferentes estados climáticos; las más famosas son la de los Nenúfares y la de la fachada de la Catedral de Rouen, tal como la veía desde la ventana del apartamento que alquilaba precisamente para ese objetivo.

Claude Monet, Catedral de Rouen a pleno sol: Armonía azul y oro, 1892
Óleo s/tela, Musée d'Orsay, París

Fotografía: Internet - Dominio Público
Claude Monet, Catedral de Rouen:
Tiempo gris
, 1892, Óleo s/tela

Fotografía: Google Art Proyect
Claude Monet, Catedral de Rouen, tiempo nublado, 1893
Óleo s/tela, Musée des Beaux Arts, Rouen

Fotografía: Internet - Dominio Público
Claude Monet, Catedral de Rouen al atardecer, 1894
Óleo s/tela, Pushkin Museum, Moscú

Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)

Los efectos de la luz, a veces deformantes, sobre los objetos, y la necesidad de captar ese efecto, siempre momentaneo, cambiante con el correr de las horas, hace adoptar a los pintores impresionistas una nueva técnica. Ya no tienen tiempo para mezclar y unir sus colores, aplicándolos en capas como los viejos maestros; deben ponerlos directamente sobre la tela en rápidas pinceladas de toque o en forma de coma, sin preocuparse por los detalles sino por el efecto general del conjunto. Como consecuencia de ello los contornos de las figuras se desdibujan, pierden nitidez y volumen. Tampoco prestan demasiada atención al rigor en el planteo perspectívico —esencial en toda pintura a partir del Renacimiento—, aunque no lo abandonan por completo.

Frederick Bazille, Escena veraniega, 1869
Fotografía: Internet - Dominio Público

También abandonan el claroscuro clásico, con sus tres zonas: de luz, de penumbra y de sombra. Los descubrimientos en óptica y teoría del color realizados por la física, servirán a los pintores como fundamento para un nuevo tratamiento del color que utiliza el esquema definido por Delacroix (basado en la Ley de los Contrastes Simultáneos de Chevreul de 1829), de tres colores primarios, —amarillo, azul y rojo—, más tres secundarios, —verde, violeta y naranja—, resultante cada uno de la mezcla de dos primarios y complementario del tercer primario que no interviene en dicha mezcla. El manejo de los complementarios es otro de los aspectos característicos del Impresionismo. A estas nociones básicas se agregan dos principios fundamentales de la técnica impresionista:

•Todo color tiende a teñir con su complementario el espacio que lo rodea. Así una manzana roja tiñe ligeramente de verde la sombra que proyecta.
•Los colores complementarios dispuestos juntos se exaltan mutuamente; mezclados en la paleta, se anulan.

Todas estas innovaciones a contramano de los preceptos de la gran tradición clásica, enseñada en las Academias y premiada en los Salones Nacionales, enfurecieron literalmente a los críticos. Los rechazos en estos Salones se sucedieron; las críticas fueron despiadadas; el público se burlaba y reía de aquellos “mamarrachos”.

Este primer movimiento de ruptura que inicia la renovación total del arte occidental se conforma continuando la tendencia a reunirse a pintar, discutir y compartir sus búsquedas y logros que, desde principios de siglo, había caracterizado a los paisajistas franceses. Los artistas que más activamente participaron en la formación del grupo fueron: Claude Monet (1840 - 1926), Auguste Renoir (1841 - 1919), Camille Pissarro (1830 - 1903), Alfred Sisley (1839 - 1899), Berthe Morisot (1841 - 1895). En menor medida actuaron también Edgard Degas (1834 - 1917), Henry Fantin-Latour (1836 - 1904) y muchos otros que coincidieron con el grupo en algún momento de su evolución artística para luego seguir su propio camino.

Pierre-Auguste Renoir, La Grenouillere, 1869, Óleo s/tela
Fotografía: Dominio Público (via historia-arte.com)
Claude Monet, Baños en La Grenouillere, 1869, Óleo s/tela
Fotografía: Internet - Dominio Público

Los comienzos del grupo se producen cuando, por un lado Monet, Renoir y Sisley, que habían abandonado la academia de Charles G. Gleyre disconformes con la enseñanza academicista que allí se impartía; y por otro Pissarro, Cézanne y Guillaumin, que asistían a la Academia Suisse, un taller económico donde se trabajaba libremente, sin correcciones semanales ni exámenes, entran en contacto y se comienzan a reunir en un tranquilo café de París, en la calle Batignolles. Estas reuniones tuvieron lugar entre los años de 1868 y 1870; por el prestigio y admiración que los jóvenes le tenían, Édouard Manet presidía el grupo, a veces acompañado por el escritor Émile Zola, quien sería un activo defensor del movimiento Impresionista. También eran asiduos asistentes a estas reuniones el fotógrafo Nadar, el pintor Fantin-Latour, críticos de arte y otros simpatizantes. Las discusiones solían ser acaloradas; todos los problemas contemporáneos eran de su interés. Particularmente les atraía la fotografía, con su posibilidad de captar un gesto, descomponer visualmente un movimiento mediante tomas sucesivas y fotografiar al aire libre, y las estampas japonesas que presentaban una concepción visual desconocida en Occidente con sus figuras esquemáticas, colores luminosos, composición oblicua, etc. Los debates, los nuevos descubrimientos, el desarrollo pictórico que cada uno va realizando, llevan a Renoir y Monet a la elaboración de una técnica nueva para expresarse. El verano de 1869 lo pasan ambos pintando a orillas del Sena en un balneario no lejos de París, la Grenouillère. Allí captan la palpitante luz solar, los multifacéticos reflejos acuáticos, los aspectos inestables y fluidos de la naturaleza, con pinceladas yuxtapuestas de colores brillantes. Esos trabajos pueden considerarse las primeras pinturas impresionistas. Entre 1869 y 1874, esta técnica se termina de definir, perfeccionar y difundir sentando las bases de un movimiento que revolucionará la pintura de la época.

Claude Monet, Impresión: Amanecer, 1872, Óleo s/tela
Fotografía: Internet - Dominio Público

La guerra francoprusiana de 1870 pone fin a las reuniones del café de Batignolles, dispersando al grupo. Terminada la contienda, en 1872 Monet, Pissarro y Sisley se reencuentran en París. Monet se instala en Argenteuil y Pisarro en Pontoise. En esta época comienzan a recibir el apoyo de un hábil marchand, Durand-Ruel. Los constantes rechazos del Salón y la necesidad que sentían de mostrar su obra, los lleva a concebir una idea absolutamente original para la época: organizar un Salón Independiente. Monet, Sisley, Renoir, Pissarro, Degas y Berthe Morisot constituyen un fondo común para sufragar los gastos y, a pesar de la oposición de Manet y Fantin-Latour, llevaron adelante la idea. La primera exposición se abrió el 15 de abril de 1874, en el taller del fotógrafo Nadar, ubicado en el Bulevard des Capucines. Participaron de esta muestra cincuenta artistas con un total de 165 obras; si bien la tercera parte de ellas eran de los integrantes del grupo organizador, entre el resto había nombres de la talla de Cézanne o Guillaumin. Entre las obras expuestas había una de Monet que se titulaba Impresión, Amanecer que había pintado en 1872 a la salida del sol sobre el Sena.

El público y la crítica reaccionaron con hostilidad. Unos y otros imbuídos por los valores y preceptos divulgados durante décadas por la Academia, sus profesores y jurados de los Salones, rechazaban todo lo que no se ajustara a dichos valores, considerándolo de mal gusto y casi una afrenta al Arte. Muy pocos, liberados de prejuicios, se sintieron impactados por la exposición; un sólo crítico, Phillipe Burty defendió a los impresionistas. Pero la crítica más difundida fue escrita por Louis Leory, redactor del Charivari, quien tituló su demoledor artículo: “La exposición de los impresionistas”, tomando el término del título del cuadro de Monet, con intención burlesca y despectiva. Tal como ya había sucedido con los términos “gótico”, “barroco” y “manierismo”, la denominación tuvo éxito; la intención burlesca pronto fue olvidada y el movimiento quedó así bautizado. A pesar del fracaso de esta primera exposición, el grupo no se dió por vencido. En total se sucedieron ocho muestras cada uno o dos años. No siempre exponían los mismos; Monet, Renoir y Sisley, los principales integrantes del movimiento, se presentaron en la mitad de las muestras realizadas; únicamente Pissarro participó en todas.

Berthe Morisot, La Lectura, 1869/70, Óleo s/tela
(La hermana y la madre de la artista)

Fotografía: Internet - Dominio Público
Alfred Sisley, Nevada en Louveciennes, 1874, Óleo s/tela
Fotografía: Internet - Dominio Público
Edgar Degas, El ajenjo, 1876, Óleo s/tela
Fotografía: Internet - Dominio Público

La aceptación y el éxito tardaron en llegar. Sobre la segunda exposición de 1876, Albert Wolff escribía en Le Figaro:

«La calle Le Peletier tiene mala suerte. Después del incendio de la Ópera ocurre un nuevo desastre en el barrio. Acaba de inaugurarse en el estudio de Durand-Ruel una exposición que se dice es de pintura. Ingresé en ella y mis ojos horrorizados contemplaron algo espantoso. Cinco o seis lunáticos, entre ellos una mujer, se han reunido y expuesto allí sus obras. He visto personas desternillándose de risa frente a estos cuadros, pero a mi me angustiaron. Estos pretendidos artistas se consideran revolucionarios, “impresionistas”. Toman un pedazo de tela, color y pinceles, lo embadurnan con unas cuantas manchas de pintura puestas al azar y lo firman con su nombre. De la misma forma, los locos del manicomio de Ville-Evrard recogen piedras y se figuran que han recogido diamantes.»[2]

Sin embargo, para mediados de la década de 1880, la perseverancia de los impresionistas comienza a rendir sus frutos, precisamente cuando ya los principales exponentes del movimiento comienzan a apartarse de él. En la última muestra de 1886 se vislumbran caminos divergentes; Pissarro, Seurat y Signac derivarán hacia el desarrollo de lo que será el divisionismo científico o “puntillismo”; Odilon Redon y Gauguin abren el camino hacia el “simbolismo”; Renoir abandona la técnica impresionista hacia 1884; Sisley comienza a alejarse del movimiento al año siguiente; sólo Monet seguirá fiel hasta su muerte a la técnica que, junto a Renoir, habían desarrollado en el verano de 1869 en La Grenouillère. Por lo demás, en ese año 1886, Durand-Ruel lleva a Nueva York un considerable número de obras. La crítica los recibe con entusiasmo y a partir de allí el éxito está asegurado. En la última década del siglo el volumen de ventas en el mercado de arte marca su aceptación por parte del público comprador.

Camille Pissarro, Camino de Port-Marly, 1860/62
Óleo s/tela, Fitzwilliam Museum, Cambridge

Fotografía: Internet - Dominio Público
Georges Seurat, Bañistas en Asnieres, 1883/84
Óleo s/tela, National Gallery, Londres

Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)
Gustave Caillebotte, Calle de París, día lluvioso, 1877
Óleo s/tela, Art Institute of Chicago

Fotografía: Dominio Público (via Wikipedia Commons)

El impresionismo produjo la vuelta de la pintura a «... sus fuentes originales: el color y la forma pura, liberándola de cualquier referencia literaria o alegórica.»[3] Con su éxito, puede decirse que comienza el «arte moderno»; su influencia sobre buena parte del arte del siglo XX es innegable. El Neoclacisismo académico está definitivamente agotado y con él se cierra el largo capítulo de la “tradición clásica” en la Historia de las Artes Plásticas.


Notas


[1] Karl Ruhrberg en Ruhrberg, Schneckenburger, Fricke, Honnef, Arte del siglo XX, Taschen, Kökn, 1999, pag. 10.

[2] Wolff se refiere al incendio que devoró el edificio del “Teatro de la Academia Real de la Música” el 29 de Octubre de 1873, y que tardó 27 horas en ser dominado. Este hecho aceleró la terminación de los trabajos de construcción de un nuevo teatro, la conocida como Ópera de Garnier, por el apellido del arquitecto que la diseñó.

[3] Karl Ruhrberg, op.cit. pag. 10