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Paul Cézanne


Paul Cézanne, Autorretrato, 1879/80
Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)
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aul Cézanne nació el 19 de enero de 1839, en la ciudad de Aix-en-Provence, Francia y fallece en 1906 en la misma localidad. Era, por lo tanto, de la misma generación de Monet (1840 - 1926) y Renoir (1841 - 1919), los creadores del Impresionismo. Su padre era un próspero comerciante y banquero que en vida siempre proveyó —aunque no de buen grado— al mantenimiento económico de su hijo, dejándole a su muerte una cuantiosa herencia, por lo que Paul nunca necesitó de la venta de sus obras para su subsistencia. Mientras cursaba el bachillerato en Aix —donde se hizo amigo de otro insigne creador francés, Émile Zola—, asistió a clases nocturnas en la Escuela de Bellas Artes de la ciudad. Terminado su colegio secundario, marchó a París en 1861, para proseguir sus estudios de pintura. Mucho le costó convencer a su padre, que pretendía que continuara estudiando derecho, para que le permitiera seguir su vocación, pero finalmente lo logró con la ayuda de su comprensiva madre. A pocos meses de su llegada a París, desalentado por su fracaso en el examen de ingreso a la Escuela de Bellas Artes, regresa a Aix y se pone a trabajar en el banco de su padre. El desaliento no le dura mucho y en 1862 está de regreso en París para, definitivamente, dedicarse a la pintura.

Rechazado en la Escuela de Bellas Artes, su formación la realiza asistiendo a la Academia Suisse, un taller libre donde dibujaba con modelo vivo por la mañana y por la noche, ocupando sus tardes en el Museo del Louvre haciendo croquis de obras maestras. En poco tiempo va mostrando una decidida preferencia por las tendencias más modernas del momento, el Romanticismo y el Realismo y va alejándose de las fórmulas académicas neoclásicas. Admiraba a Delacroix, a Courbet y, especialmente, a Manet, cuya obra fue el nexo entre el realismo y el impresionismo aun por nacer.

Paul Cézanne, La bahia desde L'Estaque, 1886, Óleo s/tela, The Art Institute of Chicago
Fotografía: Internet - Dominio Público

En París Cézanne fue conociendo a todo el grupo de “rechazados” de los Salones Nacionales, que se nucleaban alrededor de Manet y que, con el correr de los años, constituirían el grupo que dio vida al Impresionismo: Fantin-Latour, Guillaumin, Pissarro y los jóvenes Monet, Bazille, Sisley, Renoir. Tuvo particular amistad con Pissarro, Renoir, Monet y Guillaumin y solía frecuentar las reuniones que celebraban en el Café Guerbois de la calle Batignolles. En 1869 conoce a la joven Hortense Fiquet, obrera encuadernadora y modelo de artistas, con la que tiene un hijo en 1872; ocultó a sus padres esta relación hasta que en 1886 regulariza su situación contrayendo matrimonio. Su carácter reservado y algo hosco hace que sus relaciones con el grupo impresionista no fueran muy asiduas y estrechas, salvo con Pissarro que fue su mentor durante varios años y, prácticamente, impuso la participación de Cézanne en la primera exposición de los impresionistas de 1874, a pesar de la oposición de los organizadores. En esa exposición, Cezanne presentó su “Olimpia moderna”. Entre 1870 y 1872, durante la guerra franco-prusiana, Cézanne elude sus obligaciones militares refugiándose en una casa que su madre poseía en L'Estaque, una pequeña población sobre el Golfo de Marsella. Allí no paró de pintar y evolucionar hacia lo que sería, a partir de mediados de los años '80, su revolucionaria obra. Al terminar la guerra, regresa a París, pero poco despues se instala en Auvers-sur-Oise, por consejo de Camille Pissarro. A partir de entonces, sus estancias en París son cada vez más cortas y más espaciadas. Es en Auvers donde su paleta adopta el colorido impresionista; con frecuencia pintaba en compañia de Pissarro, a veces hasta el mismo tema. Alli conoce al Doctor Gachet, que más tarde protegería y cuidaría de Van Gogh, un simpático médico homeópata, aficionado a la pintura, que se teñia el cabello de amarillo, lo que le había ganado el apodo de “Doctor Azafrán”. También conoce en Auvers a Paul Gauguin, que se iniciaba en la pintura bajo la guía de Pissarro.

Paul Cézanne, “Olimpia moderna”, 1873, Hermitage Museum, San Petersburgo, Rusia
Paul Cézanne, Olimpia moderna, 1873, Óleo s/tela, Musée d'Orsay, París
Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)
Paul Cézanne, Hombre con gorro de algodón, 1866, Óleo s/tela
( Retrato del tio del artista, Dominique)
Metropolitan Museum of Art, N.Y.

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, Joven al piano, 1869, Óleo s/tela
Hermitage Museum, San Petersburgo, Rusia

Fotografía: Internet - Dominio Público

Cézanne mostró sus obras en las dos primeras exposiciones de los impresionistas, en 1874 y 1877. Al rechazo mal disimulado de algunos impresionistas que veían su obra como disidente de la estética del grupo, se sumaron las despiadadas críticas y burlas del público y de los críticos (por cierto, no más encarnizadas de las que recibían el resto de los participantes de esas exposiciones); todo ello decide a Cézanne a no someterse en el futuro a tales humillaciones, por lo que hasta 1895 no se volvió a ver una obra suya en exposición alguna. Su carácter proclive a la soledad, su inseguridad que le hacía dudar de su propia capacidad (muchas veces quemaba sus obras o las arrojaba por la ventana, furioso al no lograr lo que se proponía), hicieron que fuera aislandose paulatinamente del ambiente parisino y de sus amigos. En una carta de 1889, justificará su decisión: «Decidí trabajar en silencio hasta el día en que fuera capaz de sostener teóricamente mis intentos». Esa era su búsqueda, un sistema teórico que se debía deducir de su obra.[1]

Paul Cézanne, Asesinato en el barranco, 1874, Acuarela
Colección Privada

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, Retrato de Antony Valabrègue, 1869/71, Óleo s/tela
Museo J.Paul Getty

Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)
Paul Cézanne, Paisaje en Auvers-sur-Oise, 1873, Óleo s/tela
Colección Privada

Fotografía: Internet - Dominio Público

Entre la primavera de 1885 y el verano de 1886 se instala con su esposa y su hijo Paul en el pueblo de Gardanne, cercano a Aix-en-Provence. A la muerte de su padre en 1886, hereda una gran fortuna que cede en gran parte a su esposa quien se queda residiendo en París con el hijo de ambos, mientras Cézanne se instala en Aix-en-Provence con su madre. Vivía modestamente a pesar de su cuantiosa renta, absolutamente desinteresado de lo material y totalmente dedicado a pintar, su agudo sentido crítico lo mantenía en una búsqueda afanosa y permanente; pasaba horas, día tras día, encerrado en su taller pintando composiciones, naturalezas muertas o retratos, otros días, recorría a pie muchos kilómetros con su caballete y sus pinturas, buscando un paisaje que lo tentara. A esa angustia de la creación, que a los 65 años le hacía tener expresiones como la que le escribiera a Ambroise Vollard, joven marchand y amigo: «He realizado algunos progresos... aún aprendo», se agrega a partir de 1890, el deterioro de su salud a causa de la diabetes. Cuando la enfermedad le obligó a ahorrar energías, tomaba coches de alquiler para sus recorridos en busca de paisajes. Al fallecer su madre, quedó viviendo solo en su casa de Aix, con la única compañía de su ama de llaves; de su esposa e hijo sólo el correo le brindaba un esporádico contacto. En este aislamiento, una “evasión” de una sociedad caracterizada por principios que no se comparten, y en la que su talento no hallaba cabida, realizó entre 1886 y 1895, la obra que abriría el horizonte de la pintura moderna, dejando en el pasado, definitivamente, el naturalismo clasicista. Cézanne elabora su teoría y plasma en sus obras la unidad de forma, color y naturaleza. Sintetiza su pensamiento cuando habla de «rehacer a Poussin pintando del natural.»

Paul Cézanne, “El estanque en Jas-de-Bouffan”, 1876, Óleo s/tela<br />Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia
Paul Cézanne, El estanque en Jas-de-Bouffan, 1876, Óleo s/tela
Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, Casa en Jas-de-Bouffan, 1890, Óleo s/tela
Colección Particular

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, El Castillo Negro, 1900/04, Óleo s/tela
National Art Gallery, Washington, E.U.A.

Fotografía: Internet - Dominio Público

En 1895, Vollard, que se iniciaba en el negocio de las obras de arte y que, con el tiempo, sería el marchand de los cubistas, organizó en París una exposición con treinta obras de distintas épocas del pintor de Aix. Unos años antes había sido invitado a exponer en Bruselas en las muestras anuales del grupo de Los XX[2]. Desde 1877 que no se podía apreciar una obra del maestro; sólo algunos pintores como Van Gogh, Gauguin o Seurat habían conocido algunas pinturas que tenía en depósito el “Père” Tanguy, propietario de una pinturería de París, con autorización de venderlas a precios que oscilaban entre cuarenta y cien francos. Hasta que Vollard se interesó por su producción, ningún marchand quiso ocuparse de Cézanne. Esporádicamente algún coleccionista como Victor Chocquet, el conde Doria o el mecenas de los impresionistas, Gustave Caillebotte, le compraba algún lienzo. Económicamente siempre dependió de la relativamente modesta pensión de 125 francos que le pasaba su padre (Theo van Gogh asistia a su hermano Vincent con 50 francos mensuales) y de su herencia, al fallecer éste. La exposición de 1895 tampoco fue un gran éxito de ventas ni de críticas; sólo unos pocos entendidos comprendieron la grandeza del maestro.

Serie “Las Bañistas”

Paul Cézanne, Bañistas, 1883/87, Óleo s/tela
Ohara Museum of Art, Okayama, Japón

Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)
Paul Cézanne, “Las grandes bañistas”, 1899 - 1906, Óleo s/tela, 251 cm x 208 cm<br />Philadelphia Museum of Art, Filadelfia, E.U.A.
Paul Cézanne, Las grandes bañistas, 1899 - 1906, Óleo s/tela, 251 cm x 208 cm
Philadelphia Museum of Art, Filadelfia, E.U.A.

Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)
Paul Cézanne, Grandes bañistas, 1900 - 1905, Óleo s/tela
195 cm x 130 cm, National Gallery, Londres, Reino Unido

Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)

Desde 1870 hasta su muerte en 1906, Cézanne pintó una y otra vez cuadros con este tema, renovando y llevando a la modernidad el motivo de la mujer y el baño, que había sido tratado por muchísimos artistas desde el Renacimiento. Los dos cuadros llamados “Grandes bañistas” en alusión a su tamaño, fueron los últimos que sobre el tema, estuvo trabajando el pintor durante los últimos 6 o 7 años de su vida. Incluso, el del Museo de Arte de Filadelfia, se cosidera que, sorprendido por la muerte, podría haber quedado inconcluso.

Cézanne seguía pintando incansablemente; había llegado a la plena madurez de su creatividad, sus obras alcanzaban el máximo grado de sencillez con intensidad, de espiritualidad con verdad. En sus últimos años pudo apreciar que su tesón no había sido en vano y su obra estaba produciéndo una conmoción profunda en los jóvenes pintores de comienzos del siglo XX. Constantemente se acercaban a Aix para conocer y escuchar al maestro de la Provenza. La admiración de los jóvenes le indujo a quebrar su largo silencio y formular una serie de definiciones sobre la pintura que, recogidas fielmente por quienes lo escuchaban, constituyen el conjunto de la teoría artística cezanniana, puesta de manifiesto en su obra.

Bodegones

Paul Cézanne, Naturaleza muerta con frutera, copa y manzanas, 1879, Óleo s/tela
Colección Particular

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, “Naturaleza muerta con manzanas y naranjas”, 1900, Óleo s/tela<br />Musée d'Orsay, París
Paul Cézanne, Naturaleza muerta con manzanas y naranjas, 1900, Óleo s/tela
Musée d'Orsay, París

Fotografía: Internet - Dominio Público

Cézanne utilizó la Naturaleza muerta como tema para su investigación sobre forma y color, donde pretendía alcanzar la primera por medio del segundo, salteando el dibujo. Así, afirmaba que «Cuando el color alcanza su mayor riqueza, la forma alcanza su plenitud.». El color es el protagonista del espacio, la modulación cromática produce las gradaciones de luz y sombra, la perspectiva se distorsiona según la necesidad de la estructura compositiva.

En el otoño de 1906, con sesenta y siete años de edad y su salud bastante fragil, lo sorprende una tormenta cuando estaba absorto pintando un paisaje en pleno campo. Empapado hasta los huesos, consiguió llegar hasta la carretera donde, desmayado, lo recogió un conductor y lo trasladó hasta su casa. El médico que lo atendió no atribuyó mayor gravedad a su estado y le recomendó reposo. Cézanne se hizo traer hasta su cama el retrato de su jardinero, que había comenzado unos días antes y siguió trabajando en él hasta que, ocho días despues de la fatídica tormenta, murió como consecuencia de complicaciones imprevistas. Era el 22 de octubre de 1906 y se extinguía la vida de uno de los iniciadores del arte moderno, de un nuevo “primitivo” como él mismo se denominó.

Paul Cézanne, Gardanne, (vista horizontal), ca. 1885, Óleo s/tela
Barnes Foundation, Filadelfia, E.U.A.

Fotografía: Barnes Fountation - Dominio Público
Paul Cézanne, “Retrato de Mme. Cézanne en sillón amarillo”, 1893/95, Óleo s/tela<br />Chicago Art Institute, Chicago, E.U.A.
Paul Cézanne, Retrato de Mme. Cézanne en sillón amarillo, 1893/95, Óleo s/tela
Chicago Art Institute, Chicago, E.U.A.

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, Vista de Gardanne, 1885, Óleo s/tela
Brooklyn Museum, Nueva York, E.U.A.

Fotografía: Internet - Dominio Público

Había logrado lo que se propuso: «convertir al impresionismo en algo tan sólido como el arte de los museos.» Así lo explicaba Cézanne un día que, pintando al aire libre, acompañado por uno de los jóvenes pintores que lo iban a visitar, Joachim Gasquet, estaba de buen humor y le dió esta inolvidable lección:

«Verá usted, un motivo es esto...», le dice, alzando las manos con los dedos abiertos, las va acercando lentamente hasta que se tocan, enlaza los dedos, los une apretadamente y junta las manos. Luego continúa: —«Esto es lo que hay que lograr. No puede haber un solo punto suelto, un solo agujero por el cual escapen la emoción, la luz, la verdad. Trabajo en todo el lienzo a la vez, en conjunto. Uno en el mismo ímpetu, en la misma fe, todo lo que se dispersa. Lo que vemos se dispersa, se va. La Naturaleza es siempre la misma, pero nada de lo que percibimos de ella es permanente. Nuestro arte debe dar el estremecimiento de su permanencia mediante los elementos, la apariencia de los cambios. Debe hacérnosla gustar eterna. (...) Entonces, yo junto esas manos errantes... Tomo a derecha, a izquierda, aquí, allá, por doquier, sus tonos, sus colores, sus matices; los fijo, los aproximo... Forman líneas, se convierten en objetos, en rocas, árboles, sin que yo piense en ello. Cobran un volumen. Tienen un valor. Si esos volúmenes, si esos valores corresponden, en mi lienzo, en mi sensibilidad, a los planos y las manchas que tengo ahí, ante los ojos, ¡pues bien!, mi cuadro enlaza sus manos. Es verídico, es denso, es pleno. Pero si sufro la menor distracción, (...) sobre todo si interpreto demasiado, (...) si pienso mientras pinto, si intervengo, ¡cataplum!, todo se derrumba".[3]

Paul Cézanne, “Jugadores de cartas” (5ª versión), 1894/95, Óleo s/tela<br />Musée d'Orsay, París
Paul Cézanne, Jugadores de cartas (5ª versión), 1894/95, Óleo s/tela
Musée d'Orsay, París

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, Monte Sainte-Victoire y el viaducto del valle del Río Arc, 1885/87, Óleo s/tela
Metrtopolitan Museum of Art, N.Y.

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, “Monte Sainte-Victoire y el Castillo Negro”, 1904, Óleo s/tela<br />Artizon Museum, Tokio, Japón
Paul Cézanne, Monte Sainte-Victoire y el Castillo Negro, 1904, Óleo s/tela
Artizon Museum, Tokio, Japón

Fotografía: Internet - Dominio Público

André Lhote, teórico y pintor, en cuyo taller se formaron grandes artistas en las primeras décadas del siglo XX, dijo: «La naturaleza lo propone todo a la vez; concede, pues, siempre lo que se le pide. Pero es preciso saber lo que se le pedirá.» Un mal pintor es aquel que no sabe elegir; elige lo trivial, lo insignificante o quiere atraparlo todo en una tela. Cézanne sabía muy bien qué pedirle a la naturaleza. «El arte —decía— es una armonía paralela a la naturaleza. Pintar no es copiar servilmente: es captar una armonía entre relaciones numerosas, y trasladar estas relaciones a cierta escala propia, desarrollándolas de acuerdo con una lógica nueva y original.» El arte de Cézanne es un arte de rigor compositivo, que, tomando muy en cuenta los aportes impresionistas sobre la interpretación de la luz, la atmósfera y el color, corrige los errores en que cayó ese primer movimiento de ruptura. En sus obras no interesan las horas ni las estaciones o el clima, tan importantes en la obra de Monet; sus paisajes son imágenes de eternidad, se ubican fuera del tiempo. Detestaba todo lo accidental de la naturaleza como los reflejos o los efectos de luz, fundamentales para los impresionistas. Sólo pintaba al aire libre en los días en que el cielo era “gris claro”, para evitar efectos de luz y sombra fuertes, destellos de sol, penumbras o niebla. Buscaba una iluminación invariable, tamizada, neutra, que no alterara el color local, ese color propio de cada objeto, tan poco tenido en cuenta por los impresionistas.

En sus últimos años, su estilo fue decantando cada vez más hacia la geometría donde pinceladas rectangulares de color van facetando los cuerpos reconstruyendo el volumen a través de pequeños planos de color. «Todo en la naturaleza se modela según la esfera, el cono, el cilindro. Hay que aprender a pintar sobre la base de estas figuras simples, después se podrá hacer todo lo que se quiera.» (Cézanne, 1904) Su obsesivo “leit motiv”, la montaña Sainte-Victoire, un promontorio rocoso de 1001 m, cercano a Aix-en-Provence, puede ser una clara muestra de la evolución de su pintura y de la concepción teórica que se pone de manifiesto en su obra. Llegó a pintar 44 óleos y 43 acuarelas de esa montaña, vista desde distintos sitios a su alrededor. Es en las últimas versiones pintadas en el primer lustro del siglo XX, donde puede apreciarse porque se considera a Cézanne como el precursor del cubismo. Picasso lo reconocía al decir: «Cézanne es el padre de todos nosotros».

Paul Cézanne, Monte Sainte-Victoire visto desde Les Lauves, 1902/06, Óleo s/tela
Colección Privada

Fotografía: Internet - Dominio Público
Paul Cézanne, “Monte Sante-Victoire”, 1904, Óleo s/tela<br />Philadelphia Museum of Art, Filadelfia, E.U.A.
Paul Cézanne, Monte Sante-Victoire, 1904, Óleo s/tela
Philadelphia Museum of Art, Filadelfia, E.U.A.

Fotografía: Internet - Dominio Público (via Wikimedia Commons)

Paul Cézanne, “Retrato de Ambroise Vollard”, 1899, Óleo s/tela, Musée des Beaux Arts de la Ville de París
Paul Cézanne, Retrato de Ambroise Vollard, 1899, Óleo s/tela, Musée des Beaux Arts de la Ville de París
Fotografía: Dominio Público (via Wikimedia Commons)

Sus lienzos tienen una sólida estructura formal, de base geométrica, en la que prevalecen los trazados ortogonales y se percibe la permanente intención de aproximar las formas naturales a la de los cuerpos geométricos simples: el cubo, el cono, la esfera. («Para el artista ver es concebir, y concebir el componer.» Esa solidez era trabajosamente conseguida con un trabajo meticuloso y exhaustivo; una naturaleza muerta le demandaba cien sesiones de trabajo, un retrato ciento veinte o más. En 1899, a los sesenta años de edad, estaba realizando un retrato de su marchand Vollard. Despues de ciento quince mañanas —alternadas de modo que coincidieran con un día de cielo “gris claro”, y luego de cuatro o cinco horas de posar, Vollard se acercó al maestro y, mirando la tela, le preguntó si estaba satisfecho.

Estoy contento —contestó Cézanne— con la pechera de la camisa.

Así era su autoexigencia; el retrato era magnífico, un clásico, pero moderno. En una delicada armonía de color, la atmósfera envuelve el sólido bloque de la figura en la que, en perfecta síntesis, queda caracterizado todo lo esencial del ser humano y del individuo retratado. Pero a Cézanne sólo le conformaba el triángulo de la camisa. En la mano magníficamente definida, quedaban aún dos sectores sin pintar; Vollard le preguntó si los cubriría.

Si trabajo bien esta tarde en el Louvre —repuso el maestro, que estaba copiando un cuadro del museo ¡para aprender!— quizá encuentre mañana el tono justo para llenar esos huecos.

En una de las muchas notas de Cézanne que su hijo recopiló, el maestro de Aix define claramente su concepto del trabajo, que esta anecdota relatada por Vollard ejemplifica: «Aquel que no tiene el gusto por lo absoluto (la perfección) se contenta con una tranquila mediocridad.» Son muchas las definiciones que ha dejado Cézanne respecto de su concepción teórica sobre la pintura y el oficio de pintar, en notas y cartas a sus amigos, o relatadas por los muchos admiradores que lo visitaban en Aix.[4] He aquí una breve muestra:

«La línea y el modelado no existen. El dibujo es una relación de contraste o simplemente la relación de dos tonos, el blanco y el negro.»

«La luz y la sombra son una relación de colores, los dos accidentes principales difieren no por su intensidad general sino por su sonoridad propia.»

«La forma y el contorno de los objetos nos son dados por las oposiciones y los contrastes que resultan de sus coloraciones particulares.»

«Pintar, no es copiar servilmente lo objetivo: es captar una armonía entre relaciones numerosas, es transponerlas en una gama propia desarollándolas según una lógica nueva y original.»

«Hacer un cuadro es componer...»

Lecciones del maestro de Aix para las vanguardias del siglo XX.


Notas


[1] Giulio Carlo Argan, El Arte Moderno, Akal, Madrid, 1998, pág. 105.

[2] El grupo de “Los XX” fue fundado en 1883 por veinte pintores, dibujantes y escultores belgas, reunidos por el abogado, editor y empresario Octave Maus. Durante diez años, los veintistas como se autodenominaban, realizaron una exposición anual a la que invitaban a otros veinte artistas no integrantes del grupo. Entre ellos estuvieron Camile Pisarro (1887, 1889 y 1891), Claude Monet (1886, 1889), Georges Seurat (1887, 1889, 1891, 1892), Paul Gauguin (1889, 1891), Berthe Morisot (1891, 1895), Paul Cézanne (1890) y Vincent van Gogh (1890).

[3] Julio E. Payró, Cézanne, Gauguin, Van Gogh y Seurat, Los Héroes del Color y su Tiempo; Editorial Nova, Buenos Aires, 2ª edición, 1963.

[4] Al respecto ver: “Conversaciones con Cézanne” - Edición crítica presentada por P.M.Doran, Editorial Cactus, Buenos Aires, 2016