Arte y Sociedad
ntre los siglos XVIII y XIX diversos acontecimientos como la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, la expansión colonial, el capitalismo financiero, los avances técnicos y científicos, el desarrollo de las comunicaciones y los transportes, la paulatina urbanización de un mundo que, a fines del s.XVIII era predominantemente rural, fueron transformando las estructuras políticas, demográficas y económicas de Europa, el modo de vida, la cultura y el pensamiento de las personas. La sociedad se hizo más compleja y diversa y tal diversidad ya no pudo ser expresada artísticamente por un único “estilo de época”, como había ocurrido hasta fines del s.XVIII.
Entre los últimos años del s.XVIII y la primera mitad del s.XIX todas las expresiones artísticas, no sólo las artes plásticas, tuvieron un extraordinario florecimiento. En ese medio siglo produjeron sus notables obras Beethoven, Schubert, Chopin, Liszt, Verdi y Wagner en música; Dickens, Dostoievski, Pushkin, Gogol, Walter Scoot, Wordsworth, Coleridge y el maduro y polifacético Goethe en literatura y poesia; Delacroix, Daumier, Turner, Constable, J.L.David y Francisco de Goya en pintura; por nombrar unos pocos de una larga lista. Una explosión de talento coincidiendo con la “doble revolución”. En palabras de Eric Hobsbawn: «Si una frase puede resumir las relaciones entre artista y sociedad en esta época, podemos decir que la Revolución Francesa lo inspiró con su ejemplo y la Revolución Industrial con su horror, mientras la sociedad burguesa surgida de ambas transformaba su existencia y sus modos de creación.[1]
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la historia del arte ya no es sólo la de los maestros de mayor fama y talento de cada época; sino también la de los distintos movimientos y grupos de artistas que se nuclean alrededor de ellos, simultánea y/o sucesivamente. Coincidiendo en su rechazo al historicismo estilístico, pero cada uno con su propia forma de representar y su propio modo de pensar y entender el arte y su relación con la sociedad, desafiando las convenciones del arte oficial y abriendo nuevos horizontes a la pintura y a las demás artes plásticas.
Ya desde el siglo XVIII París era la capital artística de Europa, tal como Florencia lo había sido en el S.XV y Roma en el S.XVI y XVII, y es en París que aparecen los primeros movimientos de ruptura de la tradición clásica. Por otra parte, el Arte pierde las funciones sociales que tuvo en el pasado; ya no será la expresión y la herramienta de un poder para exhibir su grandeza, o la representación del esplendor y magnificencia de una fe religiosa. Los encargos del Estado, la Iglesia y otras instituciones se reducen muchísimo. Desde este siglo, el arte deja de expresar la unidad cultural de una época; comienza a ser un medio para expresar el sentir individual del artista y, de este modo, a través de sus individualidades, reflejar el individualismo creciente en la sociedad y la diversidad de las sociedades modernas. En este proceso, el arte deja de ser exclusivamente un objeto de consumo de las clases privilegiadas y se torna accesible a un público más amplio, como ya lo era la música, el teatro o la literatura. Sale de los ámbitos aristocráticos al ir multiplicándose los canales de difusión a través de museos, galerías de arte, salones y exposiciones nacionales e internacionales, comentarios y publicaciones en diarios y revistas, mientras el grabado, en sus diferentes técnicas, pone al alcance de un público mucho más amplio, obras originales tanto como reproducciones de pinturas famosas.
Valoración Social y Modo de Trabajo del Artista
a unidad cultural que se manifestaba en el “estilo de época” (ver “Aspectos Estilísticos”), garantizaba la buena relación entre artistas y clientes: lo que el artista creaba coincidía con lo que el cliente esperaba recibir por su dinero. La ruptura con la tradición tiene como consecuencias que, por un lado, se produce un divorcio entre lo que el artista desea expresar en su obra y lo que el gusto del público, siempre más conservador, espera encontrar. Por otra parte, aunque el prestigio intelectual conquistado en los siglos anteriores, que lo diferencia claramente del simple artesano, no varía, el artista se ha liberado del cliente y/o del mecenas protector que condicionaba su labor, pero al costo de haber perdido la seguridad económica; si su obra sigue los dictados de la Academia y del gusto de los compradores, tendrá éxito; si pretende innovar siguiendo su propias ideas, se le hará dificil, cuando no imposible, vivir de su arte.
Ya durante el período Barroco, en el norte de Europa, había surgido el mercado de arte. Esta modalidad que se irá extendiendo por todas las capitales europeas para finalmente reemplazar a la anterior relación directa entre cliente y artista, implicaba que el artista, para vivir de su trabajo, tenía que vender sus obras una vez realizadas (ya no las hacía por encargo). Aparece aquí un intermediario, el “marchand”, que toma las obras del artista, las expone al público en su “galería” y cobra una comisión de venta. Pero para que la obra tenga demanda es necesario que el artista sea conocido. La mejor manera de salir del anonimato durante el siglo XIX, era exponiendo en el “Salón Oficial” de la Academia; si sus obras eran aceptadas, o mejor aún, premiadas, la crítica de arte (nueva profesión aparecida durante el s.XVIII) lo elogiaría, recibiría quizás algún encargo del gobierno y la burguesía adinerada se interesaría por sus obras. Pero la Academia sólo aceptaba en el Salón aquellas obras que se ajustaban a las rígidas reglas del neoclasicismo oficial que ella misma fijaba; un estilo pomposo y artificial, de correcto dibujo, teatral iluminación y constante imitación de la antigüedad clásica; con temas establecidos, totalmente alejados de la realidad de la época. Hoy, los ganadores de los premios de esos salones han sido mayormente olvidados y, en cambio, los rechazados por el Salón, fueron los verdaderos renovadores de las artes plásticas modernas: los Impresionistas y los Postimpresionistas (Cézanne, Van Gogh, Seurat, Gauguin). De ellos parten las principales corrientes pictóricas del siglo XX. A pesar de ello, en vida muchos vivieron en la pobreza y la mayoría sólo fueron reconocidos después de su muerte.
Notas
[1] Eric Hobsbawm, “La era de la Revolución, 1789 - 1848”, Grupo Editorial Planeta, Buenos Aires, 2011.
Links de interés
* Musee d'Orsay, París. Colección de arte francés de 1848 a 1914.
* Museo Van Gogh, Amsterdam